domingo, 30 de marzo de 2008

Todo pasa y todo queda... (y II)

Y flotaba. Todo flotaba en el aire. El eco de cornetas. La lejanía de pasos racheados. El olor a azahar. El olor a esparto. Flotaba todo como una nube de arena ocasional, sorprendida por la ausencia de aire. Sorprendida por la falta de sustento. Y se elevaba al cielo el humo negro de la cera. Y caían las lágrimas de mi cirio. Unas horas hacía tan sólo que había salido de la Basílica. Poco quedaba para volver. Sentía que todo se escapaba. Que se desvanecía como si de un recuerdo traslúcido se tratara. Apenas un minúsculo reflejo de plata. El alba me había sorprendido, de la misma forma que había sorprendido el Señor al Astro Rey, que asomaba por San Lorenzo rápidamente, para ver si este año, de una vez por todas, veía el rostro de el Cisquero, pero no le dio tiempo. Un año más. Un año más enfilaba Cardenal Spínola. Nombre de calle antigua. Estampa contemporánea que se recuperaba este año. El Cardenal sí vio al Señor con la túnica de los cardos balanceándose en el vaivén de la Madrugá. Uno de los últimos parones. ¡Qué rápido había pasado todo!. Un año de espera. Esta vez menos, pero fugaz como siempre. Mi cirio había rebajado. El Cielo se abría. Se iluminaba y dejaba ver la luz del Viernes Santo. Esa luz que me recordaba al Pregonero. Nuestro Pregonero: don Enrique, que tan bien había descrito con su magistral pluma. O su magistral teclado. Esa luz que entraba a chorros por mi antifaz. Qué diferente había sido el Jueves Santo. Acuné la llama entre las palmas de mis manos, negras por el hollín de la cera. La lluvia del Jueves Santo fue despiadada. Un año más, y ya van dos, el Cristo de la Fundación se quedó en su casa. No disfrutaríamos de uno de los palios más singulares de nuestra Semana Mayor. Los Ángeles se quedaban en casa. Dos años sin disfrutar de La Exaltación son muchos años. De nuevo desde el exilio. De nuevo sin contemplar ese gran barco. La nueva palidez del Cristo que es elevado para su tormento. Las lágrimas se suceden en muchos corazones. En muchos hermanos. En muchos sevillanos. Pero yo sé que hay dos corazones verdiblancos que también sufren por el agua caída del cielo. Mi amigo Finidiblanco se queda otro año sin salir. Sin poder acompañar a sus titulares. Y mi amiga Dama. Mi amiga Reyes... me acordaba de cómo se tuvo que perder en las Lágrimas de su Virgen. La misma que lloraba en Los Terceros a la par de sus hermanos. Sin Negritos, sin Exaltación y sin Cigarreras. Sin Virgen de la Victoria. Y no es baladí esa falta. Pero cuando todo parecía abocado al sufrimiento de otra jornada en blanco, la Cruz de Guía de Montesión se puso en la calle. Retraso. Pero un dulce retraso. El amigo Morís disfrutaría de su Estación de Penitencia. Me lo imaginaba bajo uno de esos antifaces, acompañado por su primo Raúl. ¡Qué buena noticia la salida del Olivo de la calle Feria!. Calleferia... ¡cuánto significado encerraba esa palabra la tarde del Jueves Santo para mí!. Mi amigo disfrutará este año. Tarde de mantilla y dulce. Tarde de calle Feria. Tarde para disfrutar del Rosario. Para disfrutar de su belleza. La Plaza de los Carros convertida en Valle de las Reinas. El amigo Nefer tiene que estar gozando. El Vizcaíno a rebosar. Reponer fuerzas o avituallamiento de salida. Mi memoría me trae amigos sin cesar. Y me daba cuenta de lo que significaba Montesión. Salía la Virgen del Rosario. Chocan los varales con las cuentas. Seguro que mi amiga Criticona gozó de ese momento. No podía ser de otra forma. No podía ser de otra manera... Calleferia. Y luego todo surgió como debía ser. Todo pasó como estaba escrito. La flor se abrió y surgió el embriagador perfume de la jornada. Quinta Angustia en La Magdalena y El Valle. Ese bendito Valle de lágrimas que tiene una Coronación de Espinas y una Calle de la Amargura. Llegó Tejera. Un hueco para don Pepín Tristán. Soleá Dame la Mano. Y llanto en La Campana. Y emoción en la calle. Esto se termina... o es el principio del fin. Corre el tiempo y queremos que se pare, que suena Virgen del Valle y llega Pasión. Ese Nazareno con la cruz al hombro que creara Martínez Montañés, y su Madre de la Merced. Y casi sin darnos cuenta, había pasado. Había llegado. Me ceñí el antifaz. Clareaba la mañana. Sólo unas horas... sólo unas horas antes. Lo efímero se hace patente en la Semana Santa. Recordaba todo el ritual. El rito y la regla, que certificara don Rafael Montesinos. Y ahora... ahora, mientras dejaba a mi mente vagar por el recuerdo, se consumía mi cirio, a la misma vez, o tal vez de la misma forma, que se consumía la Madrugá. Enfilando Cardenal Spínola. Dos nuevos golpes de canasto. Aviso para el último tirón. En mi mente, como el hilo musical de una película que se cierne sobre su final, tocaban caprichosos, casi al azar, los últimos sones de Jesús de las Penas. Cirios arriba. Arrastraba cada vez más los pies. El cansancio aumentaba. Caras de primera mañana apostadas contra la pared. Pasamos Santa Rosalía. Se vislumbra al final la torre de San Lorenzo. Clareada y bañada por la luz del alba.


Recordaba todo el ritual. Lo recordaba ahora que estaba en las puertas de San Lorenzo. Ahora que se escuchaba el rumor de la plaza. Ahora que sentía cómo la Madrugá se me iba entre las manos como la arena de ese reloj que no ha parado. Manto oscuro para la noche más grande del año en Sevilla. Manto oscuro y moteado de estrellas. Un mantel negro que nos ofrecía una suculenta luna de Parasceve llena. Un año más... Todo preparado. Me visto como siempre. Medalla. Papeleta de sitio. Mi padre me ciñe el cinturón de esparto mientras mi madre me pasa la cola por él, dejándola caer. Lo ajusta bien. Lo deja caer hasta la altura precisa. Sonrisa cariñosa de mis padres... Feliz Estación de Penitencia hijo. Rúan, esparto y cola. Una figura negra que surca la noche en solitario. Estilizado cono que se pierde en la oscuridad entre el silencio de sus propios pasos... por el camino más corto. Nazareno de El Gran Poder. La noche eterna de Sevilla. Basílica. La puerta de atrás. Me descubro y entro. Y entonces... entonces, todo se para. El único momento en el que se detiene el mundo. El único momento en el que deja de caer la arena de ese reloj que es el tiempo. El único momento en el que la fugacidad de la Semana Santa me da un respiro. El único momento en el que las horas y los segundos se congelan. Ese momento en el que llego frente al Hijo de Dios, mi corazón tiembla ante Su presencia y dos lágrimas recorren mi rostro cuando le pido por mi familia y todos aquellos que lo necesitan. Padre Nuestro que estás en el Cielo. El Que Todo Lo Puede. El de la amplia zancada. El tiempo se para. No hay minutos. Hay un momento. Sólo un Momento. Estamos Él y yo. Nuestro Padre Jesús del Gran Poder y uno de sus humildes nazarenos. Se congela el mundo. El rito de todos los años. Amén. Me persigno. Y busco a Su Madre. María Santísima del Mayor Dolor y Traspaso. Dios Te Salve María. Baja Su Mirada. Gracias por dejarme acompañarte un año más. Amén. Me persigno. Crece el rumor. El mundo vuelve a girar. La arena vuelve a caer. Los segundos vuelven a desgranar la vida de los minutos, para que éstos despellejen a las horas en el eterno caminar del tiempo que no para. Del tiempo que no cesa y no espera a nadie. Miraba a mi alrededor, buscando con la mirada a aquellos amigos que estaban allí ahora, o que esperaba encontrar. Como mi amigo Jordi de Triana o Herodes Bético. Todo se ceñía. Pronto se abrirían las puertas.


Las mismas puertas que ahora veía. El diputado de tramo volvió a llamar la atención. Cirios arriba una vez más. ¿Tal vez la última?. Avanzábamos por el corazón de la Plaza de San Lorenzo. La luz bañaba rostros cansados y frescos. Rostros ojerosos de aquellos que esperaban a la Madre de Dios. Rostros radiantes de madrugadores que buscaban la gloria de los últimos retazos de la Madrugá. Recordé el pregón, "la única madrugá que termina a las dos de la tarde". ¿O era a las tres?. Para mí terminaba dentro de nada, pero era consciente de que aún quedaba más de un retal en los que refugiarse. Me sorprendí cuando dos nuevos golpes de canasto me instaban a bajar el cirio. Pocos metros quedaban hasta la puerta. Se iba. Se iba esa noche tan esperada. Esa noche en la que El Silencio de un Nazareno volvió a estremecer los corazones sevillanos con su cruz de carey. Y me acordé de mi amiga Mari Ángeles, y de lo que simboliza y significa para ella ese Nazareno. Ese Silencio atajado con Saetas de oboe. Esa cruz invertida que es flanqueada por dos ángeles con faroles. Y de mi amiga Lara. De lo que siente al contemplar ese racheo entrecortado de costaleros y escuchar la Mirada del Nazareno. Ese rostro de Concepción enmarcado en crestería de azahar. Y ese perfume. El perfume de Sevilla. Aún quedaba... Quedaba la Esperanza Macarena. Una Sentencia leída al aire para el bello rostro de Jesús. Mi amigo Alberto. Quedaba Centuria. Plumas blancas. Y Ella. Macarena. Su nombre lo llena todo. Quedaba Santa Ángela. Y seguro que mi amigo Roberto lo sabía, y captaría con su objetivo lo que nuestros ojos no ven. Quedaba Feria. Resolana. Quedaba Arco. Y seguro que mi amigo Vicenteeldelasalmendras lo sabía. Quedaba Macarena. Aún quedaba... Quedaba la Esperanza de Triana. Tres Caídas frente a un caballo que da un paso atrás. Mi amigo Emilio. Y Ella. Triana y su Madre Coronada. La Esperanza Morena. Quedaba Adriano. Y seguro que mi amigo Cáliz lo disfrutaba. Quedaba el Puente de Barcas. Y seguro que la señora de Orfila lo sabía. Quedaba el Altozano. Y seguro que mi amigo Moe lo vivía. Quedaba Trianera. Se iba un poquito de Madrugá. Las ocho menos diez, dijo alguien. Habíamos recuperado nuestro horario. Las ocho menos diez. Me acordé de mi amigo Maese Rancio, que este año no había podido acompañar a sus titulares, el Cristo del Calvario, la genial obra de don Francisco de Ocampo, y su Virgen de la Presentación, que a esa hora debían estar entrando en La Magdalena. Miraba al interior de la Basílica. El pequeño parón servía para no descolgar a nuestra Virgen. Aún quedaba... Quedaban Los Gitanos. Y mi amigo Híspalis lo sabía. Me acordé de él, pero no era la primera vez. Y de la futura Laura. Y de su madre. Quedaba el Señor de la Salud. Quedaba el balanceo de su túnica. Quedaba la Saeta. Quedaba El corazón Gitano. La pasión de Sevilla por el Manué. El reflejo dorado de la Gloria de la calle Verónica. Un pasito más miarma que estáis llamando a las puertas del Cielo. Se hiela la sangre mientras la emoción surge a borbotones, y las lágrimas del corazón se pierden entre los rostros de sus fieles. Llora la Virgen de las Angustias cuando llega a la plaza. Su Hijo la espera dentro. Todo se ha consumado. Todo se ha cumplido. Y quedan los recuerdos... Chasqueo de dedos. El diputado nos avisa. Todo se acaba. Se escucha venir el palio. Enmudece la plaza. El sonido de la mañana restalla en las gargantas de los vencejos. Último vistazo a la plaza tras mi antifaz. Mueren los pábilos al entrar a la Basílica. Huele a cera. Me descubro. Volutas de humo. Quedaba la vuelta. La Estación de Penitencia no termina hasta que llegas a casa. Dentro espera el Señor a Su Madre. Rostro lleno de plegarias. Padre Nuestro que estás en el Cielo. Y al darme la vuelta, aparece el palio de María Santísima del Mayor Dolor y Traspaso. Fuera estaría mi amiga Glauca. Recordando estampas del pasado. Recordando momentos de antaño. Acompañándola. Muere mi Madrugá. Entra de espaldas. Los hermanos la esperábamos. Chillan las zapatillas de los costaleros en el suelo. Candelería rebajada. Candelería consumida por Cronos, que todo lo devora. Nudo en la garganta. Se escapa entre las manos los últimos suspiros de esta mágica noche. Aún quedaba, pero para mí, concluía en ese momento. El momento en el que mi Virgen daba la vuelta ante sus hermanos, que llorábamos de emoción. El momento en el que sonaba el llamador por última vez. Suspiros bajo la bóveda de San Lorenzo. ¡Qué bonita viene!. Un año más. Se acabó. El tiempo corre y suena el último golpe en la Basílica de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder. Gracias. Gracias un año más. Vuelta a casa. Caminé sobre mis pasos mientras el sol me calentaba la espalda. A lo lejos resonaba el eco de la noche. Luz del Viernes Santo. Azul del día después. Todo se había cumplido y entonces comprendí que se acababa todo. El final de la Semana Santa se precipitaba sin remedio. La mirada se volvió turbia. La espera comenzaba. Algo más de un año. Pero aún quedaba epílogo. El Viernes Santo se presagiaba magnífico.


Y cansado por la jornada anterior, salí a disfrutar. Salí a saborear los últimos retales. Cronos devoraba el día a marchas forzadas mientras Sevilla se echaba a la calle. Nadie se quería perder el Viernes Santo. La memoria desempolvaba tiempos pasados. Sacaba del desván de los recuerdos emociones perdidas en los últimos años. Sentimientos inundados por la lluvia. Este año sí. Y todo se tornó como debiera. Y se cumplieron las expectativas. Sevilla lo necesitaba. Desde el principio al final, observé cada antifaz. Desde la Cruz de Guía hasta el último monaguillo. El Romanticismo de la Carretería se mezclaba con mi búsqueda incesante. Ojos encontrados. Miradas cruzadas. Pupilas al acecho del rostro ocultado bajo el anonimato. El protagonismo es del Señor, por eso lleváis el rostro oculto, para ser personas anónimas, nos habían dicho antes de salir este año. Pero no cesé. No dejé de buscar. De mirar. Cirios tiniebla para una tarde de Gloria. Sin contar el tiempo, aunque corría como un condenado, llegó el barco de las Tres Cruces. Canasto alto. El Cristo de la Salud. No dejaba de acordarme de ella. Perfil surcando el anochecer del día. Pasa acompañado de sones cigarreros. Vuelven las miradas. ¿Dónde estará mi amiga Glauca?. Memoria rescatada y recuerdos hilvanados con terciopelo azul. Cirio en la mano. Llega la Virgen del Mayor Dolor en su Soledad. Y pasa. Como estaba pasando el día. Como estaba pasando la Semana Santa. Y luego Soledad de San Buenaventura. Y Expiración trianera frente a la Catedral. Un año más, Sevilla se perdió en esa mirada al Cielo. En esa media sonrisa del barrio alfarero. Esta vez sí. Algunos dicen que el Giraldillo lloraba. Yo no lo sé. Pero El Cachorro volvió a emocionar a Sevilla. Y luego el Nazareno de la calle Castilla y Su Madre Morena. Penachos blancos de Sol en la noche recién estrenada. Me acordé de mi amigo Lacava, que tenía que estar exultante. Carey bajo la luna. Triana junto a la Catedral. Quedaba poco. El Viernes Santo se consumía. La Semana se consumía. Tres Caídas para el último ruán. Mi amigo Canónigo estrenaba Hermandad. San Isidoro volvía a Luchana y tres cruces aparecían en el horizonte. Montserrat traía aires de los Montpensier y antes de que muriera la jornada, sonaba en los rincones de la ciudad la Muerte del Señor. Una campana tañía. El negro vestía al muñidor. Todo estaba cerca. Suspiraba la Semana Santa en la última revirá. Cogía aire para exhalar el último grito. Dieciocho ciriales cerraban el Viernes Santo en una Sagrada Mortaja, y abrían la siguiente jornada.


Y poco quedó ya. Había llegado. Casi sin quererlo. Amenazaba el cielo. Pinceladas de un rompimiento de Gloria que resultó ser oscuridad en la Muerte del Señor. Última jornada. Se escapa de las manos toda una Semana. La espera concluía apenas unos días atrás, pero ahora, todo había pasado. Rápidamente. La melancolía se apoderaba de la razón. Los sentimientos afloraban. Y casi sin esperarlo, escuché la última gran marcha. Virgen del Valle. Era caprichoso el azar. La misma marcha que el año pasado. Y dos veces. El año pasado... No había tardado tanto en pasar. Consuelo precoz, y quizás algo volátil. Llegaba La Piedad Servita. Virgen del Valle. Amenazante cielo. Miedo cosido a retales en lo profundo de nuestro corazón. Recuerdos de lluvia. Imágenes mojadas. Aún no llueve. ¿Llovería?. El tiempo, ese que ha jugado conmigo durante la Semana Santa, el mismo que a mis espaldas ha corrido, me dio la respuesta. La lluvia llegó. Pero aún me quedaba disfrutar de la Virgen de la Soledad. Precioso palio a los mismos sones. Virgen del Valle de nuevo. Y mi mente me trajo una sucesión de imágenes. Recuerdos en sepia de años pasados. Una llaga. Un costal. Una faja. Mi querido Tato marchando a San Marcos. Costalero de mi infancia. Palio de cajón unido a los recuerdos de mi niñez. Luego el Santo Entierro. Duelo en Alfonso XII y antes que todo... La Canina. La Muerte superó a La Muerte. Verdadero significado de todo. Y llegó lo que no se quería pero se esperaba. El cielo se cerró sobre Sevilla y La Soledad se cubrió de plásticos. Arreciaba el agua y mi corazón sufría como si estuviera ensartado de espinas. Lluvia. Paraguas. Que cierre más malo. Transistor. Desconcierto. Llanto. Paso de mudá... dolor. Emoción y dolor. Vuelta a casa bajo un manto de agua. Vuelve La Soledad. Extraño. Todo es extraño. La Soledad de San Lorenzo en la Plaza. Luces encendidas. Menos gente. Menos saetas. Se cierran las puertas de la Semana Santa. Un nudo en la garganta amenaza con transformarse en llanto. ¿Todo se ha consumado?. No. Pues se escucha La Salve. Los costaleros cantan. Hay un claro. Y ese claro se gusta. Se degusta. Las puertas de San Lorenzo ya se han cerrado, pero como en el interior de la caja de Pandora, después de La Soledad, queda La Esperanza. Y volvía a su barrio. Más rápido que otros años... pero Esperanza al fin y al cabo. Llagas en el corazón de los sevillanos, Sagrado Decreto... quedaba la Esperanza. Y luego la Gloria se haría Resucitado en San Luis. Santa Marina se vestiría de blanco. Y el alba recibiría a la Aurora. Y ahora sí, Resurrección. Todo se ha consumado. Todo se ha cumplido.


EPÍLOGO

Caminaba por las calles de mi ciudad. Las ruedas de los coches chirriaban. Olía a cera. O tal vez era mi subconsciente. Todo se había consumado rápidamente. Olía a azahar y creía que el tiempo había vuelto atrás. No se escuchaban golpes de canasto. Ni el rachear de zapatillas. No olía a incienso. Todo había vuelto a la normalidad. Se desmontaban parihuelas y las Imágenes volvían a sus altares. La melancolía me embargaba. Pero recordé que era una Tristeza Necesaria. Me encaminé hacia San Lorenzo. Aún quedaban rastros de cera en el suelo. Cronos había devorado la Semana Santa rápidamente. El reloj seguía su curso y la arena no dejaba de caer. En mi cabeza volvía a sonar Virgen del Valle. La fugacidad de la vida. La vanitas barroca. La Semana Santa como paradigma del Barroco. Brevedad efímera en sí misma que se consume con el crepitar de la cera. Todo pasa y todo queda. Me acercaba a las puertas de la Basílica del Gran Poder. Aquí comenzó todo, pensé. Y era cierto. Todo comenzaba ahí. En el corazón de San Lorenzo. Todo comenzaba el uno de enero. Todo comenzaba en el rostro del Cisquero. Cuando los cirios cumplen Quinario al Que Todo Lo Puede. Epifanía para el Señor. Seis de enero. Entré y me persigné. Otra vez allí. Esta vez era diferente. Todo estaba recogido. No había nazarenos. No había capirotes. No olía a cera. Gracias Señor. Me volví a persignar y salí de la Basílica. Sólo quedaba un año. Un año y de nuevo estaría aquí. Menos de un año y de nuevo vísperas. Aunque los jartibles vivimos siempre en vísperas. Sonreí cuando crucé la Plaza de San Lorenzo. Me paré y me volví. Dentro de un mes el Señor y su Bendita Madre volverán a cruzar por aquí, pensé. Volví a sonreír y seguí mi camino. ¿Cuánto quedaba...? Ah sí... 370 días.

miércoles, 26 de marzo de 2008

Todo pasa y todo queda... (I)

Dos golpes. Dos golpes secos al canasto. Bajé el cirio. Una nueva parada. Demasiadas en los últimos minutos. Se intensificaba el dolor del brazo izquierdo. Un picotazo en la mano me despabiló. La cera se solidificaba rápidamente. Me ceñí el antifaz a mi rostro. Todo olía a cera. Todo olía a esparto. Todo olía a ruán. Parpadeé varias veces. El frío entumecía mis manos. Pasé la siniestra por el cuerpo alargado de la llama que alumbra el camino del Señor. Sentí el calor penetrar con fuerza. La oscuridad tiznó mi mano. Oscuridad de un frío implacable. El año pasado hacía más, pensé mientras repetía el mismo movimiento con la otra mano. El parón comenzaba a ser largo. Todos los años se repetía en el mismo sitio, sin embargo, en esta ocasión se estaba prolongando en demasía. Había pasado ya el Postigo, donde el olor de los calentitos de la estirpe de Juana había alertado a mi olfato, que inmediatamente despertó a mi estómago. Cosquillas y mariposas. Seguro que Juana estaba dentro de la capilla de la Pura y Limpia del Cielo, donde ya había visto pasar al Señor y esperaba a su Bendita Madre del Mayor Dolor y Traspaso. Arfe con Castelar. Parón. Un pasito. Tal vez dos. Pecho y espalda. Base del capirote del hermano que me antecede. Miro a mi derecha. ¿Habrá algún amigo o amiga entre las miradas que buscan entre mis ojos?. Escribiría un artículo para el blog. Tal vez recordando todo lo que había hecho en esta gran Semana que concluía. Que se iba. Que cuando amaneciera se desvanecería rápidamente. Viernes Santo fugaz y apenas un brillo de plata el Sábado Santo. Suspiré. Realmente es Barroco. La fugacidad del momento. La Semana Santa es y profesa el Barroco. La vanitas del bodegón. Esa fruta pasada. Ese reloj de arena que no para. Es en ella, más que nunca, cuando se hace patente la brevedad del tiempo. De los momentos. De los minutos. De la vida. Miré la cera de mi cirio. Se derretía. Se consumía. ¿No era, pues, un ejemplo de esa fugacidad?. Entonces, perdido entre mis pensamientos. Sumido en aquel goteo de lo efímero, recordé cómo había transcurrido todo.


El Sábado de Pasión me retorcía en la cama. Nervios. Un año más. Como si fuera un chiquillo esperando el alba del seis de enero. Lo recordaba todo una y otra vez. Todo estaba preparado. Traje de chaqueta. Corbata. Camisa. Zapatos. Zapatos que se convertirían en torturadores sin piedad. Patíbulos de mis pobres pies. Instrumentos para desollar los dedos meñiques. La penitencia empezaría antes de lo esperado. También estaban preparados aquellos elementos indispensables: la radio, que en esta Semana se convertía en transistor, el programa y la cámara de fotos. Al día siguiente sería Domingo de Ramos. Al día siguiente sería el gran día. Al día siguiente... volverían las Manos del Señor.


Alguien intenta colarse en la fila. Chasqueo del diputado de tramo. Media vuelta. Continúa el parón. Me pierdo en mis recuerdos del Domingo de Palmas. Fue una espléndida jornada. Mi primer paso: la Sagrada Cena. Mi primer Palio, la Virgen del Subterráneo. Revirá en la calle Gerona. Enfila Doña María Coronel. La Madrugá suena. Bambalinas al aire. Balanceo. La gente se mueve. Permanezco quieto. Aquel manto... cuando ves cómo se aleja el primer palio, sientes que algo termina. Cuando el primer palio que ves se marcha, sabes que ha comenzado el principio del fin. La Borriquita volvió a realizar la Sagrada Entrada en Sevilla viniendo de la Plaza del Salvador. De nuevo niños. Esperanza blanca entre diputados de negro ruán. Cantera cofrade entre la madurez del Amor. El Amor. La única Hermandad que fragmenta su salida. Negro ruán para el Cristo de Juan de Mesa. Se vuelve a teñir el Salvador de silencio. El señor Falserío disfrutaría de nuevo de su Amor y su Socorro en esa sevillana plaza. Este año con dos nuevos motivos. Dos motivos iguales a los que repartir amor. El Domingo es un día de lecciones. Es un día de virtudes necesarias en nuestra vida. Amor y Socorro. Y Paz. Tan necesaria La Paz. Amor y Paz. Como los amigos. Del Porvenir. Nombre del barrio. Santo y seña de mi amigo. Del mismo Porvenir de donde llega la primera en pisar la calle. Que no debe ser otra. Debe ser La Paz. Paz del mundo. Un nuevo mordisco me saca de mis pensamientos. Una rápida sacudida me sirve para escupir la cera del pábilo. ¿Estará por aquí Cabezota?. Me acordé mucho de él, cuando me deshice entre los sones de Virgen de los Reyes y el andar prodigioso de esa cuadrilla de Jesús Despojado, que cada año demuestra que sigue creciendo. Barco surcando las aguas de las calles de Sevilla. Busqué entre los antifaces oscuros, pero no lo vi. Como tampoco vi a Calleferia. Lo echaba, y lo echo, de menos. Así que decidí escoger una calle íntima. Una calle recogida. Una calle donde esa piel morena de la Señora de la Hiniesta me envolviera. Una calle donde pudiera escuchar sollozar a María Magdalena. Una calle donde, al contemplar la Buena Muerte del Señor, sus hachones sirvieran de marco entre Él y yo. Y busqué entre aquellos hombres fajados. Entre aquellos costales. Pero no lo vi. Y la jornada se completó. No podía ser de otra forma. San Juan de la Palma. Era temprano, pero la gente ya esperaba. Estaba cansado. El agotamiento imponía su dictadura. Ánimo renovado al ver aparecer la Cruz de Guía. Llega el silencio blanco. Noche cerrada. Blancura de Desprecio. Oscuridad eléctrica. Pasan los nazarenos. Dolor agudo e intenso en los pies. ¿Meñique perdido?. Tal vez se había caído. Quizás el bulto que sentía en la planta del pie era mi desprendido dedo. O eso o una ampolla como la antorcha del Prendimiento. Suenan cornetas. A lo lejos se ve venir. Impresionante. Bocas abiertas. Silencio Blanco. Desprecio de Herodes. Y ahora quedaba Ella. Ella y Su Mirada. Esa Mirada que conseguía helarme. Ahora más que nunca, Silencio Blanco en la Plaza. Marcha fúnebre para la Virgen de San Juan de la Palma. Ya no había dolor. No había cansancio. Entonces un escalofrío recorrió mi cuerpo. No vi a Reyes entre la multitud. No vi a mi amiga Dama entre la gente. La vi en Su Mirada. La misma Mirada que me hizo llorar. Ella lo iluminaba todo. Ya no había oscuridad. Se escuchaba Amarguras de Font de Anta. La Señora vuelve a su casa. Enmudece la Plaza. Y sólo se escucha su llanto. Hasta el año que viene, si Tú quieres. De vuelta a casa, me di cuenta que buena parte de la Semana Santa había acabado. Dos golpes. Frío. De nuevo movimiento. La cera se consume. Cirio arriba. La cera se seca. Cinco pasos. Piernas entumecidas. Quieto de nuevo. Acordeón cerrándose. Cirios abajo.


Frío. Mucho frío para recibir a San Pablo. Jornada histórica. Mi amigo Cáliz entraba en la historia de la Semana Santa de Sevilla el Lunes Santo. Aire. Y frío. El Polígono entero llega a La Campana. Aplausos. Regalos para las Dolorosas de la jornada. Bonito detalle. Cautivo y Rescatado por su barrio. Ojos verdes. Cautivadores. Y niños. Muchos niños. Que no dejen de llegar niños. La esperanza. El futuro. Luego Judas entregaría con un beso al Hijo del Hombre, mientras Paco Reguera se deja la voz, y El Rocío inunda Sevilla. Volverá Cristo Cautivo. Desde el Tiro de Línea. Y Su Madre de las Mercedes tras Él. Blanca Inmaculada. Un empujón. Quieren pasar. Pecho y espalda. El diputado de tramo acude. Mueve la cabeza negativamente y señala el comienzo del tramo, que se divisa cerca. El cuerpo de nazarenos es un haz luminoso totalmente comprimido. El parón comienza a pasar factura. Cera al suelo antes de que salte a la mano otra vez. Miro la llama. Recupero imágenes del Lunes Santo. Y recuerdo a Caravaggio. Y veo su cuadro hecho realidad. Su obra sacada al mundo. Veo a don Luis Ortega Bru. Y veo una rosa roja. Y veo Caridad. Nazarenos en silencio. Juan Antonio entre ellos. Un Traslado. Ese rostro de María Magdalena. Santa Marta. Cirios oscuros. Esa noche San Andrés se convertió en Santo Sepulcro. Y luego esa mirada. Ese mar atrapado en dos ojos. Ese bello azul cielo. San Gonzalo trae muchas cosas. El barrio León trae a Caifás, trae a Triana, trae perfume de azahar, trae izquierdaso, trae Salud, Ego Sum, Garduño, Mi Cristo para Sevilla... el barrio León trajo este año a mi amiga Ainoha. Y luego la pequeña talla. Toma tu Cruz y Sígueme. Gótico. Tristezas. Illanes. Cincuenta años. Isabel. Y casi sin recuperarnos, carey en la Caída de San Vicente. Tus Dolores Son Mis Penas. Pasó Tejera. Exquisita, como siempre. Llegaron los penachos blancos. Banda del Sol. Las únicas Aguas que se quieren ver las recoge un ángel con un sagrado cáliz. El Cristo que Illanes calificaría como su mejor obra. Ya nos explicó su historia el bueno de don José Antonio Garmendia. Perfección para que Su Madre del Mayor Dolor llore a Sus pies. La Virgen que le gusta a mi amiga Ana. Y casi sin reponernos, llegó Guadalupe. La niña de Álvarez Duarte. Inevitable no acordarme de mi amigo José. Y en la mirada retrospectiva, casi abandonado a los recuerdos de jornadas pasadas, cerraba un último suspiro. Nunca antes un grito fue tan silencioso. Cristo Expiró cuando entró la madrugada en la Plaza del Museo, y Su Madre de Las Aguas lloraba tras Él. Titilante, la luz de mi cirio se inquieta por la brisa fresca que la azota. Este año La Trianera lleva retraso, pensé mientras cambiaba el peso de mi cuerpo en el otro pie. La confluencia de Arfe con Castelar se convertía en la fábrica de frío de Sevilla. El racheo fresco de la Madrugá más grande del año, me ponía a prueba. Los riñones se resentían. No había más agujeros en el esparto. El cinturón me bailaba. Una pareja se comía un bocadillo. El olfato de calentitos reavivaba mi estómago en el Postigo, y ahora mis oídos eran los que despertaban mi apetito: vamos a por unas torrijitas, era la frase culpable.


Aún no sabía que escribir. Seguía inmerso en la sucesión de acontecimientos. En cómo el tiempo había corrido sin dejar tregua. Continué mi paseo retrospectivo por el Martes Santo. ¡Qué gran día surgió este año!. Día para resarcirse del año anterior. La felicidad me embargaba. Mi hermana realizaría su Estación de Penitencia. Atrás queda el llanto del año pasado. La Semana Santa no había existido nunca, que diría Núñez de Herrera. Era un día para disfrutar de omnipresencia. Para estar presente en cada revirá. En cada salida. En cada entrada. Como Charo Padilla. Y para salida y entrada, la calle Águilas. Allí se consumó el milagro como cada Martes Santo. El celeste del cielo se hizo capa. Una vara cruza una cruz. El sol bañó un rostro surcado de lágrimas. Y el Hijo de Dios volvió a llorar. No por la burla, lloraba de emoción, al ver cómo sus hijos hincaban las rodillas para volverlo a pasear por Sevilla. La gente no lo sabía, pero yo lo pude ver y oír, porque mi amigo Miguel me lo había contado. Y cuando la emoción sobrepasa lo material. Cuando lo imposible no se puede explicar. Cuando una duda surca el aire en forma de susurro: eso no sale por ahí. Cuando el tiempo se para. Cuando el silencio se hace esfuerzo. Cuando el suspiro se ahoga. Cuando asoma la primera perilla... es entonces cuando empiezas a creer en los milagros. Y los Desamparados sienten el abrazo de la Madre de Dios, que baja hasta el suelo para salir de su parroquia. Perilla a perilla. Varal a varal. Y me viene a la mente una Gata con nombre de ciudad eterna. Cuando lágrimas de emoción surcan mi rostro. Un año más. Otro año más. Y como cada Martes Santo, las madres del Cerro acompañaron un río de capirotes burdeos, la Buena Muerte del Señor se hizo Arte, entre ruán, esparto y Angustia de Gaudeamus Igitur, la Salud volvió a cruzar los jardines de Murillo y La Candelaria lloró de madrugada, cuando se dio cuenta que los cirios habían menguado y tenía que volver a casa. Santa Cruz echaría en falta este año al maestro Garmendia. Seguro que la Virgen de los Dolores lo buscaba con Su Mirada al Cielo. Había sido una jornada espléndida. Sonreí bajo mi antifaz. La salida del Dulce Nombre fue concurrida. El chaparrón del año pasado se tenía presente. Había ganas de ver a la primera Virgen de don Antonio Castillo Lastrucci. Primero abofetearon a Jesús. La noche caía. Recorrió San Lorenzo y se perdió por Cardenal Spínola mientras Las Cigarreras le ponían en bandeja el izquierdo por delante. Y luego la Virgen morena del Dulce Nombre. ¿Cómo estaría el amigo Vicenteeldelasalmendras?. De una manera u otra, sabía que tenía que estar allí cerca. Al igual que el amigo Andrés, que seguramente vestía ya de blanco con capirote. Recordaba dónde había visto al Cristo de las Almas. Apenas un puñado desperdigado de fieles. Calle Feria. Como no podía ser de otra forma. Primera fila. Miraba con atención, pues sabía que bajo uno de aquellos antifaces se escondía uno de los Historiadores que más admiraba, don Manuel Jesús Roldán Salgueiro. El creador de un Almanaque de efemérides sevillanas. El que nos enseña qué pasó en nuestra bendita ciudad. El Historiador don Manuel. El amigo Rascaviejas. Así andaba, buscando, cuando el rachear de pasos me hizo levantar mi mirada. Allí venía. Se acercaba la creación de José Pires Azcárraga. Me persigné. Y casi sin darme cuenta, Gracia y Amparo. ¿Me habrá visto?. Eso me preguntaba cuando me dirigía en busca de San Benito. Día de visitas tras la Presentación a Sevilla. Ese día, más que nunca, encarnaba al aguaó. Agua en Encarnación a la ida. Y ahora tocaba agua en la Alfalfa. Mi hermana nos esperaba. Hambre y sed. Yo sostenía el cirio. Como ahora lo hacía, envuelto en recuerdos de imágenes grabadas... Mi madre le daba el bocadillo. Rápido interrogatorio: ¿todo bien?, ¿necesitas algo?, nos vemos en la Calzá. Y allí fue. Allí fue dónde terminé ese día. Entraba la madrugada. La una de la mañana. Por horario científico, Miércoles Santo. Por horario sevillano, Martes Santo aún. Algo se mueve dentro. Llega la Cruz de Guía. El barrio espera a sus imágenes. La fugacidad de los días. Cuando llegue la Palomita de Triana, un nuevo fin. Empiezan a entrar los primeros nazarenos. ¿Dónde irá el creador de la Cuarentena Sevillana?. La rapidez de esos cuarenta días me hizo estremecerme. El amigo Antonio era uno de aquellos. Llegó Pilatos. Delante. De blanco. Presentando al Hijo del Hombre. Izquierdo por delante. Enmudece la Calzá. De costero a costero. Rompe de nuevo. Aplausos en la puerta de San Benito. Mis ojos se nublan. La visión se hace turbia. El pellizco en la garganta no me deja respirar. Trago saliva. Suena Presentado a Sevilla. Revirá y parón en la puerta. Frente a mí. ¿Cómo estará el zagal?. Me acordé de él en ese momento. Levantá. Suena Saeta. Mi madre junto a mí. No quiere entrar. Entra el Señor. Pilatos mira a un lado y a otro. No quiere entrar. Busca con la mirada al Cristo de la Sangre. Ya se escucha. Pilatos se despide hasta el año que viene. Llega el Cristo que tallara Buiza. Mi hermana ha concluido la Estación de Penitencia y viene junto a nosotros para ver la Sangre de Cristo manar por su pecho. De nuevo ante mí. Mi madre reza una oración en alto. La saeta cruza el aire. Lágrimas en los ojos. Se desborda la emoción. Sus hijos lloramos. De nuevo al Cielo con el Cristo de la Sangre. Hasta el año que viene. Y casi sin tiempo para reponernos, llega la Señora. Ya todo da igual. La gente llora. La turbación crece. Los corazones se sacuden. El Martes Santo está muriendo. Y llega la Virgen de la Encarnación a los sones de la Salve. Cantan los costaleros. ¡Qué bonita viene la Palomita de Triana!. La gente estalla en aplausos. Y se acerca ese suspiro contenido. Suena Callejuela de la O. Vuelta para que todos la vean. Silencio para escuchar. Los costaleros la miran. Los ojos arrasados. Ella baja Su Mirada. De nuevo al Cielo y preparada para entrar. Ahora sí. El Martes Santo se deshace en un suspiro. Apenas una lágrima. O muchas. Lo que tardan en recorrer una mejilla. De nuevo la Salve. Hasta el año que viene Madre. Me descubrí con los ojos arrasados. La fila no avanzaba. Un suspiro. El retraso ya era un hecho. Las cinco y veinticinco, dijo alguien a mi espalda. Vaya... sí que vamos atrasados. La cera caía a borbotones sobre el capirote del diputado. Los brazos cruzados. Cambio de pierna. El parón hace mella.


Nuevo soplo. Se quiebran algunos pábilos. Éste había sido fuerte. Se hacía sentir el frío. El diputado se apresura a encender aquellos huecos huérfanos de fuego. El aire tan sólo dejó unas volutas grises que ascienden al oscuro cielo. Miré hacia arriba. La luna. Luna llena. Despejado. Este año habría Viernes Santo. ¡Qué pena lo del Miércoles Santo!. Con lo bien que iba la Semana. El recuerdo de mis amigos vino a mi mente. San Bernardo se quedó en casa. El barrio torero se queda sin ver este año al Señor de la Salud y su Virgen del Refugio. Mi amigo Iván... ¿cómo estará?. El fotógrafo cofrade. Vi las imágenes en televisión y lo busqué. Entré luego en Internet y viajé a Bogotá para dejarle un comentario a esa mezcla de Gazpacho con arepa. Día triste. Día de radio, o de transistor, que es más rancio. Primero La Sed. ¡Qué injusta paradoja!, el Señor que tiene Sed no pudo saciar a su barrio porque caía agua del cielo. Luego San Bernardo. El Carmen tampoco. Voz quebrada de su hermano mayor. Se me saltan las lágrimas en mi casa, mientras por la ventana escucho el llanto de los hermanos y por la radio veo llover. Los franciscanos del Buen Fin tampoco salen. Llanto. Llueve el Cielo y llueve Sevilla. Lloran los niños. Lloran las madres. Llora la Centuria. Y seguidamente, Charo. Esa Reina Mora amante del Renacimiento. No nos íbamos a poder ver. La Sagrada Lanzada se quedaba en casa. El azahar se moja. Las calles se empapan. Crecen los charcos. No deja de llover cuando me entero que El Baratillo no podrá sacar sus capotes toreros de azul eléctrico. Mi amigo Canónigo no podrá inmortalizar a su Hermandad. Seguro que sabrá expresar lo que sintió con sus fotos. Y amaina. No escampa. Quizás un chispeo. Gotas al azar que dejan al Cristo de Burgos en casa. La jornada es gris. Un gris plomizo que se torna en negro. La oscuridad se cierne sobre la ciudad. Pronto se hará de noche. Vacilan Las Siete Palabras y Los Panaderos. ¡Ay El Prendimiento!. La última esperanza. Salen tarde, una ventaja. Palio prestado, un inconveniente. Siete Palabras no sale. Sospechas encontradas. Los Panaderos se quedan en casa. No podremos deleitarnos con el barco de la calle Orfila. ¡Mi amigo Orfila!. Lo recordaba una y otra vez. Y casi lo podía ver. Casi lo podía contemplar en su iglesia. Este año Sevilla se quedaba sin el Prendimiento de Castillo Lastrucci. Se quedaba sin ese izquierdo por delante en el andén del Ayuntamiento. Me acordé de mi amigo Juli. Nos quedábamos todos sin la Virgen de Regla y su finura. A esperar un año. ¿Tendrá que ver la luna de Parasceve con la lluvia?...


Dos golpes secos me sacaron de mi ensimismamiento. Avanzábamos. Ya era hora. Cirio en alto. Un paso. Dos. Tres. Ahora sí. El dolor agudo y punzante se resentía en mis piernas. Aún seguía sin saber qué escribir. ¿O ya lo tenía?. Daba igual. Reanudábamos la marcha. Seguro que ya habrá pasado la Esperanza de Triana. Pecho y espalda. Ahora sí avanzamos. Me he quedado en el Miércoles Santo. Cirio en alto. Cae la cera. Buen trecho. Padre Nuestro. Dios te Salve María. Nos paramos. Chasqueo de dedos. Alguien intenta colarse. Siguen los cirios en alto. No paramos. Llega Reyes Católicos. Empujones. Filas juntas. Fugacidad de la vida.


Estaba haciendo la Madrugá en ese momento. El reloj de arena no para. El tiempo no se detiene. Vanitas barrocas. Aún queda... en el próximo parón continuaré...

domingo, 23 de marzo de 2008

Imágenes e ideas (y II)

MIÉRCOLES SANTO

Día en blanco
Llora el Cielo
Llora Sevilla

JUEVES SANTO

Agua de infortunio
Un año más sin los Ángeles de la Fundación
Caen lágrimas en la calle y Lágrimas en Los Terceros
Un año más sin la Victoria
Parche a la gotera
Una hora de retraso
Rosarios en la calle Feria
Quinta Angustia en La Magdalena
La Pasión hace presencia en el Salvador
Todo se recompone
Y llega el final
Apenas un entrelazo con La Madrugá


Coronación de Espinas bajo el frío sevillano


Laraña como Calle de Amargura


Valle de lágrimas, Valle de ojos verdes, Valle de Gómez Zarzuela
Virgen del Valle

LA MADRUGÁ

Mis ojos ven a través de un antifaz
Padre Nuestro que estás en el Cielo
Dios Te Salve María
Sólo túnica
Cera derretida
Cinturón de esparto
Cuadril de apoyo


Sentencia Macarena


La Centuria y su cantera


Petalada para La Esperanza


Delante de mí, el Señor del Gran Poder con la túnica de los cardos, una estampa de hace setenta años


Detrás de mí, la Madre del Mayor Dolor y Traspaso

VIERNES SANTO

Era necesario un Viernes Santo
Sevilla lo necesitaba
La Semana Santa lo necesitaba


Necesitaba el Romanticismo del Cristo de la Salud


Necesitaba perderse en el palio del Mayor Dolor en su Soledad


Necesitaba contemplar cómo la Giralda despide al Cachorro


Necesitaba el Patrocinio de la Virgen


Hasta la luna necesitaba ver al Nazareno de la calle Castilla


Perderse en la belleza de La O

Dejarse embelesar por esta jornada recuperada

SÁBADO SANTO

Barruntaba lluvia
Amenaza gris
Preocupación de Sevilla


Pero La Piedad salió bajo un cielo encapotado


Y La Soledad Servita racheó a tambor destemplado


La Muerte volvió a ser superada por La Muerte


Cristo Yacente volvió a ser enterrado en una urna neogótica


Y el Duelo se hizo en Sevilla


Y el Cielo volvió a llorar
Y La Soledad de San Lorenzo se cubrió
Y Sevilla volvió a llorar
Cierre no esperado
Carreras y chaparrón

Epílogo del Resucitado bajo una bóveda celeste del Domingo de Resurrección

miércoles, 19 de marzo de 2008

Imágenes e ideas (I)

DOMINGO DE RAMOS



Día de ensueño



Primer paso: La Sagrada Cena perfectamente alineada con La Banda de Las Cigarreras
Exquisita revirá



Humildad y Paciencia. Calor bajo el traje de chaqueta



La Madrugá de Abel Moreno, primera marcha. La Virgen del Subterráneo, primer palio



Marco incomparable para ver cómo Despojan de Sus Vestiduras a Jesús y comprobar que cada vez anda mejor. La unión con Virgen de los Reyes ha sido todo un éxito



Dolores y Misericordia
con diadema y San Juan a la derecha


La Victoria de La Paz con túnica bordada y mantolín


La
Paz (sobran las palabras)


La Buena Muerte
y el diálogo de María Magdalena

La Borriquita
, de lejos. Se acabó la batería de la cámara. San Roque en Cuesta del Rosario. Túnica bordada para el Señor de Las Penas y sevillanía para Gracia y Esperanza. Y la eclosión de todo. El bello final del día. Silencio Blanco a oscuras. Amargura y Chopin. Amargura y Marcha Funebre. Amargura y Font de Anta. Amargura y Su Mirada. Amargura y San Juan. Amargura y hasta el año que viene. Si Dios, y Ella, Quieren.

LUNES SANTO



Aire y frío. Mucho frío. Pero frío... frío



Estampa histórica: El Polígono San Pablo hace su primera Estación de Penitencia



El barrio se despide de la capital


Majestuoso Misterio y paso elegante del Cautivo y Rescatado


Virgen del Rosario
con el manto de La Macarena


Y esos ojos verdes...


Escalofrío cuando pasa Santa Marta

MARTES SANTO


Espléndida jornada



Santísimo Cristo del Desamparo y Abandono: El Cerro llega al corazón de la ciudad



La Madre de los Dolores del Cerro



Santísimo Cristo de La Buena Muerte bajo el Postigo



Amargura para la Virgen de la Angustia



Bofetá en San Lorenzo


El Dulce Nombre de María y su saludo al Señor de Sevilla


Las Almas de la Calle Feria


Gracia y Amparo por su barrio



La Calzá enloquece... llega Pilatos Presentando a Jesús y se despide con Saeta


Sangre en San Benito


Y llega la Señora de la Encarnación. Bella y radiante. Y se gusta con Callejuela de la O. Y se despide de su barrio. Y suena el Ave María. Y todos cantan. Y ruedan las lágrimas. Y la noche se hace eterna. Y se cierran las puertas de este magnífico Martes Santo.

Para todos aquellos que me visitan y no pueden disfrutar de la Semana Santa, con todo el cariño de este aguaó...