lunes, 30 de junio de 2008

Sólo en fotografías

Entonces fue cuando Toñi sacó las fotos. Quizás fueran de las últimas instantáneas de papel cuché. Aún olían con ese peculiar aroma de lo antiguo. De aquello que ha pasado y se ha perdido. Pepe se acercó a su señora. Sonrió anegado de melancolía y recuerdos. La vieja caja de cartón contenía un buen taco de fotografías. Soporte desvanecido de la existencia. Blanco, negro, sepia y color. Figuras y formas que el tiempo se había encargado de convertir en polvo. Personas que vivían en lo más profundo del corazón y el cariño. Aquello que fue y no era ya. Y entonces, entre la amalgama de momentos latentes, apareció ella. Pepe cogió la instantánea. Su pulso ya no era el de antes. Su mirada ya no era la de aquel joven lleno de vida. Pero sus ojos, sus ojos seguían siendo los mismos. Los mismos que la habían visto una y otra vez. Toñi lo miró. En silencio, contempló como su querido esposo tragaba saliva una y otra vez mientras su cabeza se perdía en el pasado. Pepe repasó con cuidado cada rincón de aquella fotografía. Allí estaba él, con cincuenta y cinco años menos. Llevaba aquellos vaqueros que tanto le gustaban y ese calzado deportivo tan cómodo. Pasaba su brazo derecho por el hombro de Toñi, la que con el tiempo sería su señora. Y detrás de ambos, ella. Cuando aún se podía salvar. Cuando aún tenía vida. Pepe suspiró. El nudo de su garganta le oprimía. Casi se quedaba sin aire. Se la habían quitado. Se la habían arrebatado. Él seguía pensando que podía haberse salvado. Derrotado y cansado, dueño de una pesada angustia se dejó caer sobre su sillón. Toñi le quitó la fotografía y la guardó en la vieja caja de cartón.




Era temprano. El verano se hacía sentir como siempre. En Sevilla la llegada de Helios era siempre prematura. Pepe cogió su bastón. Había pasado el tiempo, los años, y el presente era el futuro, pero había algunas cosas que no cambiaban nunca, y el viejo bastón de su abuelo, que luego utilizó su padre, le ayudaba ahora a caminar por su Sevilla. Arrastrando su ánimo y su pesadumbre, llevó sus desvencijados pasos hasta aquel lugar que mostraba la fotografía de la tarde de ayer. La misma que ahora descansaba en el bolsillo de su camisa. Quería verla. Quería ver lo que quedaba de ella. Sabía que su corazón le traería amargura y que los recuerdos lo atravesarían con saetas del olvido. Desde que ocurrió aquello no había vuelto. Hacía ya varios años, pero tenía la imagen grabada a fuego en su cabeza. Era ya mayor cuando sucedió, y en ese momento pensó que no volvería por allí. Sin embargo, hoy tenía ese impulso. Esa necesidad. Y ya le quedaba poco. El frescor de la calle Azafrán se apagaría pronto, pues el calor ya amenazaba. Entonces emergió ante él. Pepe empalideció y su rostro quedó petrificado como si la Gorgona le hubiera mirado con sus ojos malditos.




A su alrededor la gente pasaba. Idas y venidas. Todo giraba mientras la locura se apoderaba de él. ¿Qué habían hecho con ella?, ¿dónde estaba?. Había desaparecido. Los restos de su existencia se acoplaban sin sentido junto a una nueva construcción. La gente comenzó a mirarle. Su corazón le soltó una punzada profunda que le recorrió su cuerpo. Las piernas le temblaron y sintió que la vista se le nublaba. Todo le daba vueltas. Alguien le preguntó algo, y las palabras resonaron a lo lejos. Un par de brazos le ayudaron a sentarse en un escalón cercano, mientras algo se movía con fuerza ante su mirada perdida, abanicándole. Entonces reaccionó. Llevó su temblorosa mano al bolsillo de su camisa y extrajo aquella fotografía. La volvió a mirar. Sus ojos se humedecieron mientras la mirada desprendía una cariñosa melancolía. Suspiró. ¿Se encuentra bien?. La muchacha lo miraba con gesto de preocupación. Pepe asintió con la cabeza e hizo el ademán de levantarse. Los mismos brazos que lo asentaron le ayudaban a recuperar el equilibrio. Hemos llamado a una ambulancia, tranquilo, no se mueva. Dijo una voz a su alrededor. Pepe escuchaba pero no hablaba. Dio un par de pasos para asomarse a la esquina que no había llegado. A la confluencia de Azafrán con Juan de Mesa. Y allí pudo verla. Un escalofrío recorrió su espalda hasta la nuca, y en su garganta, la angustia de los recuerdos le quemaba. Ya no escuchaba nada. Una explosión de sentimientos afloraron inmediatamente. Dos lágrimas comenzaron a descender por las arrugas de los años. Un suspiro entrecortó la respiración. Y una boqueada de aire cedió el turno al llanto. La gente lo miraba, pero él no veía a nadie. Sólo podía ver los restos de aquella amante arquitectura que le habían cautivado desde niño. La torre, y detrás de ella, la cúpula de la Capilla Sacramental.




Dio media vuelta con el rostro surcado de lágrimas. Pepe negó con la cabeza. No necesitaba una ambulancia. Volvió a fijarse en aquella fotografía en color que mostraba la bella Parroquia de Santa Catalina. Acarició el papel cuché. Cariñosamente. Con aquel maldito temblor que le había llegado algunos años atrás. La guardó en el bolsillo de su camisa delicadamente y sonrió a las personas que le habían ayudado. Alguien le dijo algo, pero no escuchó. La joya mudéjar se había perdido para siempre. Entonces recordó la primera vez que cruzó su doble puerta. Las impresiones cuando era niño. Recordó a su Hermandad. Recordó cuando salió por primera vez vestido de nazareno. Todo se había perdido en el pasado. Tan sólo la Capilla Sacramental y la torre recordaban la desidia y la dejadez del ser humano. Pepe no comprendía cómo había podido desaparecer la joya mudéjar de Santa Catalina. Suspiró. El tiempo pasó. Los que podían hacer no hicieron. Y así... fue muriendo poco a poco. Primero un desprendimiento. Luego otro. Y al fin, se la tragó el futuro. En un puñado de décadas, desapareció aquello que no lo había hecho en siglos. Luego llegaron los lamentos. Las protestas. Las quejas... pero ya fue tarde. Y ahora... ahora tan sólo existía en las fotografías que se apilaban en los recuerdos de memorias de cartón. Agarró su bastón y volvió a avanzar hacia su casa. Sus pesados pies enganchados a un arrastre continuo. Silencio. Roto tan sólo por aquel monótono compás de pesadumbre. O quizás fuera lo único que Pepe alcanzaba a oír. Eso, y una vieja canción de aquel grupo de su infancia. Un hilo melódico que comenzaba a crecer en sus recuerdos. Aquella letra lo resumía todo muy bien...


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sábado, 28 de junio de 2008

España-Alemania

Al final lo hemos conseguido. Nos hemos plantado en la final. ¿Se elige entrar en la Historia? Quizás de una forma u otra se puede elegir, y España lo ha hecho. La Selección Española de Fútbol ha entrado en la Historia de la Eurocopa 2008 llegando a la final, igual que lo ha hecho la Selección de Alemania. El domingo 29 de junio se enfrentarán ambos equipos en el mismo campo. Veintidós jugadores. Un balón. Miles de aficionados. Marea blanca. Marea roja. Todo está preparado, todo está dispuesto, todo está escrito... ¿o no?



¿Qué piensan vuesas mercedes?, ¿podemos?, ¿ganaremos o perderemos?, pero sobre todo, ¿cómo quedaremos?. Tal vez sea que frecuento en demasía tabernas, que departo codo con codo con un querido Tabernero, y que me pierdo en las tertulias de una Taberna Trianera con un camarero amarillo, pero he pensado hacer una porra. Entra y echa un trago mientras piensas un resultado. El ganador de dicha porra tendrá la opción de elegir una Obra de Arte, sobre la que realizaré una entrada en su honor. Anímate y participa...


NOTA DEL 30 DE JUNIO DE 2008

España 1 - Alemania 0

"Reyes de Europa" - Marca
"¡¡Campeones!!" - As

Al final pudimos

Ganadores de la porra: Antonio y Dama



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miércoles, 25 de junio de 2008

El recado

Hace tres días que me senté en su Taberna, justo cuando me deslizó lentamente una copa de vino. Un fruto licuado que venía acompañado de algo más. Tomé un largo sorbo de la bebida de Baco cuando aquel tabernero me sonrió entre dientes. Limpiando con un trapo un vaso, su mirada se posó en la mía. Parecía decir: te tocó. Al principio no lo comprendí, pero luego advertí que junto a la copa de vino me había facilitado un regalo. Un regalo en forma de recado. Er Tato me había convertido en recaero. Así pues, tenía entre manos algo que hacer. Le sonreí sin abrir la boca, pues mi gesto lo dijo todo. Su carcajada fue sonora y yo me puse manos a la obra.

REGLAS

1. Cada persona continuará la historia escribiendo DOS FRASES. Delante de ellas pondrá entre paréntesis su número de turno (el siguiente al último que vea). Es decir, se copia toda la historia, primero las reglas y luego las frases (con los números) de los demás, luego se pone el nuevo número de turno y luego las dos frases.

2. Después, se nomina a otras dos personas.

3. No se puede nominar a la persona que te nominó ni a una a la que nominaras en un turno anterior (si lo tuviste).

4. El blogger que escriba el turno 50 terminará la historia y la mandará al email leinad19xico@hotmail.com

LA HISTORIA

(1) Era impensable, no me lo podía creer, mi mente daba vueltas una y otra vez y no conseguía ser consciente de lo que había pasado, ya no había vuelta atrás, era todo tan confuso. Miré durante unos instantes el martillo ensangrentado, lo envolví en un paño que encontré en el primer cajón de la cómoda y lo escondí en el fondo del armario.

(2) A los tres minutos me encontraba en la calle, necesitaba airearme, pensar... En aquellos momentos mi mente aún no estaba preparada para ello... (3) El aire gélido de la mañana cortaba mi rostro como un cuchillo acerado, aún sentía en mi pecho el ritmo acelerado de mi corazón sobresaltado por los espeluznantes hechos que había, en fracciones de segundo, vivido... Aún no podía explicarme cómo demonios había llegado el martillo hasta mis manos y por qué reaccioné de la forma tan brutal como lo hice... (4) Sólo sé que había acabado todo, que era el fin de mi tortura y el comienzo de una vida mejor. Por primera vez, me sentí libre. (5) Había logrado lo que estaba deseando hace mucho tiempo. ¿O realmente yo no lo había deseado nunca? (6) Solamente las circunstancias me habían hecho llegar a aquel extremo en el que me encontraba. No, seguro que detrás de todo aquello había una fuerza misteriosa que me apoyaba.

(7) La pregunta era: ¿Por qué? Sacudí la cabeza. No me debía engañar por mas tiempo, no, yo ya sé mi verdad, pero al estar dormitando tantos segundos de mi vida me va a costar desperezarla. (8) Tal vez, la bruja de mi suegra no merecía brecha de tales dimensiones en su cráneo. Sin embargo, por una vez, creía haber hecho lo correcto. (9) Por otra parte, si yo no la hubiese atacado a ella quizás ahora sería yo la víctima. Porque a decir verdad la relación con mi suegra siempre había sido de amor-odio. (10) Pero ya había pasado todo y no era hora de pensar en "si hubiera sido de otra forma". Ahora tenía que explicarle a mi pequeña hija Andrea que ya no vería más a su malvada y querida abuelita. (11) Sentí un ruido lejano, parecían las agujas de un reloj y esto hizo que me sobresaltara. Estaba un poco aturdida, ¿se trataba sólo de un mal sueño?
(12) Me dirigí al último cajón donde creía haberlo guardado y toqué algo frío y húmedo. Algo extrañamente húmedo en un cajón. (13) Retiré la mano instantáneamente, me asusté, aquel objeto no me resultaba familiar, pero la duda me carcomía por dentro. La eterna lucha entre la curiosidad y la prudencia, pues yo, en el fondo, sabía que debería cerrar ese cajón para siempre y olvidarme de lo que había tocado, pero no fui capaz de resistirme y volví a introducir temblorosamente la mano. (14) Mientras cientos de instantes paseaban fugazmente por mi cabeza, pensé que lo tenía todo embrollado, estaba perdida. Me había metido en un montón de negocios insensatos en lugar de pensarlos despacio y con método.

(15) Las facturas de los gastos de mi propia casa y de mis aventuras en el juego se acumulaban hasta el infinito... Suspiré y me dispuse a esconder todos los rastros de mi acto. (16) He de limpiarlo todo antes de que lleguen mi marido y mi hijo. Arrastré el cadáver hacia la bañera de la planta de abajo. (17) Una sonrisa fugaz asomó en mi rostro cuando pensé que, a pesar de que tenía a mi suegra por una cabeza dura, su craneo se rompió con bastante facilidad. Supongo que casi cualquier cosa se rompería con facilidad con un martillo de acero tan pesado.

(18) La vieja bruja hacía un ruido peculiar al ser arrastrada por el suelo, ni siquiera notaba su peso muerto, a decir verdad, una vez muerta, mi suegra tenía el peso de un pajarillo. Era algo casi tierno, si no hubiera sido por la masa sanguinolenta que era una parte de su cráneo, su cara era la de una amable anciana que hace pasteles para sus nietos y se reúne para jugar al bridge con sus amigas los viernes por la tarde, cada una cometiendo la locura de beberse una copita de jerez.

(19) Mi suegra no jugaba al bridge, es más, tenía dudas de que hubiese jugado alguna vez a algo, que hubiese sido una niña alguna vez, inocente y sin tanto rencor por dentro. Siempre recordaría aquel gesto duro, severo y aquellos comentarios mordaces pero revestidos de azúcar; aquellas miradas condescendientes. (20) Su sonrisa... su sonrisa llevaba al mismísimo demonio dentro. Desde luego, mi marido nunca supo nada de mi angustia, de mi rabia al ver que su madre me despreciaba, que me consideraba una aprovechada que no valía ni para limpiarle los zapatos a su hijo.

(21) Aún recuerdo el día de mi boda, con mi madre, mis hermanas y mis primas revoloteando alrededor de mi cuarto y en el que habría de cambiarme. Mi suegra estuvo diligente con todas ellas, les sirvió deliciosos pastelillos entre sonrisas y comentarios cómplices. (22) Pero mi tocado no aparecía. Mi hermana iba a ser la encargada de peinarme y me había regalado un tocado muy bonito, nada extravagante, algo sencillo. (23) Recuerdo cómo mi suegra aplaudió la ocurrencia de no contratar una peluquera, recuerdo el "qué encantador". El tocado no apareció aquel día, suerte que compramos otro igual gracias a mi paranoia y cuando metí la mano en aquel cajón... lo encontré, intacto, un poco amarillento, pero con la etiqueta puesta aún. (24) Como una burla desde el más allá. Apretaba el tocado con mis manos ensangrentadas, me daban ganas de coger aquel martillo y destrozar cada uno de los huesos, y la carne... pero habría que limpiar más y suficiente trabajo en vida había dado aquella dichosa mujer.

(25) Gracias a Dios, mi marido era un tipo que se tragaba todas las series de policías del universo, solo necesitaba lejía para la sangre, su asquerosa y maldita sangre, tan espesa y pegajosa como ella lo fue en vida. Y sosa, mucha sosa, con sosa y agua su cuerpo se desharía en horas, lo que pasa es que era más difícil lo de la sosa, porque es imposible retener a mi familia de no entrar en el baño... (26) Lo de eliminar la sangre era sencillo, lo de eliminar su cuerpo era más complejo. Ni muerta me iba a dejar vivir.

(27) Pasada una hora parecía que no había ocurrido nada, todo rastro de sangre que pudiera haber dejado esa bruja me había encargado de hacerlo desaparecer, pero seguía sin saber qué hacer con su cuerpo. De repente recordé cuántas veces nos había hablado de aquella casita que había heredado en su pueblo y a la cual nunca quiso llevarnos pues "estaba muy lejos". (28) Yo sabía perfectamente que era una vil excusa pero Carlos nunca admitió que tuviera razón, y si su madre decía que era una paliza llegar allí, por más que estuviera solo a poco menos de hora y media de la ciudad, ni siquiera insinuaba que él creía lo mismo que yo. Sin más dilación me puse en movimiento, y al cabo de un rato me encontraba al volante de nuestro coche camino del pueblo y su casa, con ella envuelta en bolsas de plástico en el maletero, una pala y a su lado la sosa que me ayudaría a sacarla de nuestras vidas para siempre.

(29) Mas, ¡qué juguetón el destino!, me tenía reservada una sorpresa. No bien hube enfilado la carretera que me sacaría de este embrollo, acaso tan excitada por los sucesos recientes que no presté atención al pie derecho, unas sirenas llegaron a mis oídos, la luz roja y azul en mi retrovisor, la voz que me da el alto: la policía. (30)A través del retrovisor, observaba con angustia el paso firme del agente que se acercaba al coche con una mano puesta en su cinturón, junto al arma. Me pidió que saliera del vehículo y en ese momento me sentí como el personaje de Javier Bardem en No es país para viejos: tenía muchas ganas de hacer desaparecer al policía.

(31) Pero me reprimí. Salí del coche con la ansiedad mordisqueando sañuda los pliegues de mi estómago. Alcé la vista, le miré a la cara y contuve el vómito. No podía ser él. Era imposible. (32) Una sonrisa viscosa se dibujaba en su rostro mientras su mirada parecía desnudarme por dentro. Entonces fue cuando me di cuenta que él lo sabía, precisamente él.

Ya había cumplido, pero ahora tenía que deslizárselo a alguien. Entonces fue cuando pensé que fuera de libre elección. Quien quisiera, podría continuarlo, en su blog o en el mío, porque... ¿cómo continuarían vuesas mercedes la historia?, aporten sus ideas mientras sacian la sed pues, voto a tal, el calor se convierte en insoportable...

lunes, 23 de junio de 2008

El Duelo (I)

Desenvainé la espada. Siseó al lamer el borde. Embozado esperaba la llegada de mi objetivo. Un cruce de caminos olvidado. Los matorrales y aquellos árboles servían en bandeja una emboscada. Miré mi abdomen. Las vendas que lo envolvían estaban teñidas de carmín. Maldije en mi interior. Pardiez, voto a tal que ha sido mala suerte. La sangre seguía fluyendo a través de aquella nueva herida. Miré al cielo para comprobar que el alba se abría entre jirones de malva. No hacía frio. Molestaba la capa. Palpé la vicaína con la siniestra. Podría cogerla rápidamente. Había tenido una idea, decidí quitarme la capa. De poco serviría. La doblé y la situé frente al árbol, en el centro del casi desaparecido camino. Me situé tras aquellos altos matorrales y esperé espada en mano.

Recordaba el encontronazo de aquella noche. Imprudencia tal vez. Perdida de la recortada, dos estocadas y cuatro regueros de sangre. Triana, su arrabal y las afueras. Dos sombras me rodearon pero no era esa la misión. Aún no había cobrado y las monedas no las tenía encima, pero ellos no sabían eso. Uno adelante y otro atrás. La recortada le afiló al de la retaguardia los dientes, pero el otro me asestó una pasada de acero por el abdomen. Superficial, pero jodida estocada. Vicaína en mano retraso mis pasos mientras la toledana choca en dos ocasiones con mi cazoleta. Vuelta y al suelo. Blasfemia del hirsuto asaltante. Retortijón abdominal que me recorre de dolor hasta el pecho mientras la sangre aparece bajo mi camisa. Dos pasos al frente mientras el hijodalgo se defiende ahora. El encuentro es más corto de lo esperado. Amago con la vizcaína y tres palmos de acero se hunden en el costado izquierdo del presunto ladrón. La segunda estocada de la noche es mortal. Se escuchan pasos. Alguien ha escuchado el jaleo. Era hora de desaparecer. Y así fue. Miré el aparatoso vendaje que aguantaba aquella herida. No era profunda, pero lo suficiente para proporcionar un dolor indescriptible que sube y baja sin parar. Ya lo tenía en cuenta. Acabaría con este asunto con aquel maldito dolor. Me pasé la diestra por la cara acariciándome la barba. Pronto llegaría el duelo. Sin recortada y herido, pero sabía que debía ser así. Morir o sobrevivir en aquel cruce de caminos más allá de Triana. Entre el Monasterio de San Jerónimo de Buenavista y el de Las Cuevas de la Cartuja.


Ilustración sacada y modificada del libro "Limpieza de Sangre" de Arturo Pérez-Reverte


Cascos en el camino. Se acercaba una montura. Se acercaba la hora. ¿Saltar sobre él?, quizás no fuera un caballero de la Orden de Santiago, pero no actuaría sin dar oportunidad al oponente. Olía el amanecer a sangre y acero. El caballero dio el alto al ver mi capa. Miró a un lado y a otro. Quizás sospechó algo, pero el alba y la tranquilidad le llenaron de confianza y se apeó del caballo. Al acercarse a la capa y dejar su montura atrás, me deslicé entre los arbustos y azoté los cuartos del caballo, que relinchó y emprendió una huida. La reacción del caballero fue un todo, salto y preparación con la toledana en mano. Vestía como debía. Jubón nuevo y sombrero reluciente. Bigote ancho y recortado con precisión ocultaba el gesto de su boca. Caminé hacia el centro del camino situándome frente a él. Levanté la cabeza y lo miré fijamente. Sus ojos chispeaban. No había miedo. Silencio. Ninguno habló. Sabíamos lo que había. Relajó su mirada al comprobar mi abdomen ensangrentado y la camisa teñida de rojo carmín. Pero entonces me miró y yo sonreí. Me dolía a horrores pero lancé tres pasos al frente mientras él se revolvía rápidamente. Primera estocada al aire y media vuelta del caballero que me lanzó dos palmos de acero que pude frenar con mi toledana. Agarré la vizcaína mientras daba un paso atrás y él desenvainó su daga. Nuevo paso al frente. Amago con la diestra, me esquiva y su costado se encuentra con mi vizcaína. Nuestras miradas se cruzan y compruebo que hay miedo en sus ojos, mientras su cuerpo se gira y cae de lado, arrastrándose hacia atrás. Los dos jadeamos.


Ilustración sacada y modificada del libro "El Capitán Alatriste" de Arturo y Carlota Pérez-Reverte


No hay nada claro. Mi abdomen me duele a horrores y me resta soltura. Él se pone en pie mientras se agarra su costado derecho. No ha sido una herida mortal. Aún queda duelo. La segunda parte del duelo...

domingo, 8 de junio de 2008

Dos semanas...

La había limpiado con mimo. Se podría decir que le había sacado luz casi con cariño. La sostuve en alto. Luego me fijé en su perfil. Pasé mis dedos por ella. La acaricié sinuosamente. El paso del tiempo se hacía notar, pero aún estaba bien. Siempre lista para la acción. Las muescas de otras batallas, de otros duelos, se hacían patentes cuando el trasluz mostraba aquellos bocados pasados. Esas mellas que no solo hacen el paso de los años. La hoja brillaba con fuerza y mostraba su perfil mortal. La había afilado minutos antes. La envainé y observé su cazoleta. Aquella vieja amiga me había acompañado a lo largo de toda una vida. Me ceñí el cinturón y coloqué la espada en mi cadera. Agarré la vizcaína y la coloqué cuidadosamente en la zona de mis riñones. Disimulada. Dentro de mi fajilla. Podía sentir el contacto en mi piel. Luego dejé caer la camisa sobre ella. Cogí el sombrero de ala ancha y me lo ajusté. Ajado y descuidado. Curtido también en varios de esos lances que nos reserva la vida. Me atusé el bigote y pasé mi mano abierta sobre la mejilla y barbilla. Barba de varios días y perilla creciente. Suspiré mientras mi vista se perdía en el rincón de aquella oscura habitación. Tenía pendiente un nuevo duelo. Chasqueé la lengua y salí al frescor del atardecer.


Era algo delicado. Un trabajo más, aunque diferente. Había tenido muchos duelos en mi vida. Mientras mis pasos me llevaban, mi cabeza daba vueltas sobre aquella misión. Espadas al amanecer. Un cruce de afiladas pretensiones. Un brillo de acero cuando la aurora aparece en el horizonte. Dos semanas. Tenía que desaparecer dos semanas. Luego... luego el trabajo. Capa y sombrero. Una calle estrecha. Sabía que no iba bien preparado. Mi vieja cazoleta y mi fiel vizcaína. Solo ellas dos conmigo. No era la primera vez que un duelo me sorprendía de mala manera. E incluso peor. Señales tenía por todo el cuerpo. Cicatrices de duelos mal encajados. Pero vivo al fin y al cabo. Vivo para nuevos duelos. Vivo para seguir adelante. Vivo para dentro de dos semanas. Dos semanas. Pensaba esto cuando me presenté en la vieja taberna.



Allí estaban todos. Me quité el sombrero y saludé. Tenía que ausentarme. Ya lo había dicho. Muchos de ellos sabían de qué se trataba. Era un secreto a voces que poco se podía disimular. Pero eran leales. No dirían nada. Sabía que me esperarían. Me despedí y prometí volver dentro de dos semanas. O tal vez algunos días después de este tiempo, pero no muchos más. Sonreí bajo mi viejo mostacho y me di media vuelta. Volvería. Tal vez vencedor de ese duelo, para el que sabía no iba bien preparado. O quizás con varias cicatrices más en mi cuerpo. Pero volvería al fin y al cabo. Para remojarme el gaznate con vino y volver a disfrutar de la compañía de mis amigos.
Un duelo más. Un trabajo más. Dos semanas. Un par de palmos de acero. Una toledana sesgando el aire y algo más. Y luego de vuelta. O al menos... eso es lo que esperaba...


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viernes, 6 de junio de 2008

miércoles, 4 de junio de 2008

A partir de septiembre...



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¿Cómo titularían vuesas mercedes la temporada que se avecina?