jueves, 28 de febrero de 2008

Más vale tarde...

...que nunca.

Con la tibieza de la tarde y el perfume recién estrenado de la ciudad, fui a su busca y captura. Sin éxito en un par de librerías. Enfilé la calle Velázquez, el apellido del genial don Diego, y en La Casa del Libro me estaba esperando. Varios años tras él. Lectura de fragmentos sueltos. Perlas sacadas de contexto. Susurros de su genialidad. Maravillas encontradas al azar. Y por fin allí estaba... esperándome.


Con mi nuevo libro en la mano, me perdí entre el bullicio de la gente que recibía al Mesías sobre una Borriquita llegar al Divino Salvador.

Cerrando la tarde en noche, tomé el camino de vuelta. Y fue entonces cuando vi la primera flor de azahar en la Plaza de la Concordia.

martes, 26 de febrero de 2008

El debate de Cabezota

Nuestro amigo Cabezota sin remedio, corazón enorme, padeció ayer una alucinación sin precedentes. Mientras aguantaba el debate electoral entre José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy, creyó ver una figura anacrónica. Quizás un detalle inverosímil, pero que conseguía adaptarse a la realidad. Era tan real que tenía que restregarse los ojos. No se lo podía creer. ¿Sería tantos minutos de debate electoral?. Puede ser. Tal vez fuera debido a la verborrea que estaba sufriendo. En la amplia mesa del debate, le pareció ver dos maniguetas. El cansancio le podía. ¿O eran dos maniguetas?. La cámara enfocó a Zapatero. Hablaba y discutía sobre sus ideas, pero lo que más llamaba la atención de nuestro amigo era el cinturón de esparto que tenía puesto, y que se dejaba entrever cuando el plano se abría. Muchas horas estudiando y ahora el debate electoral pasan factura, pensó nuestro amigo. Cuando apareció Rajoy en la pantalla se dio cuenta que le ocurría algo. El líder del PP hablaba como si nada, pero en la cabeza tenía un capirote y el antifaz remangado, como aquellos niños de La Borriquita que no aguantan el calor de la tarde del Domingo de Ramos. Ojú, esto se está poniendo abstracto, pensó Cabezota. Y de pronto, las voces se apagaron. Ya no había sonido. Se escuchaba Macarena. Aquella marcha que acompaña a la Esperanza. Pero nuestro amigo tuvo una duda. Asqueado por el debate electoral, con alucinaciones y con el ansia de la espera, acudió a este humilde rincón para confesarse y dejarme el siguiente comentario: "Me tienen la cabeza frita con el dewater electoral así que te dejo un debate de verdad. Macarena, de Abel Moreno o de Emilio Cebrián?".

Cuando lo he leído, he pensado trasladar su comentario a una entrada y proponer dicho debate. Así pues, vuesas mercedes, ¿qué opinan?


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Y ya de camino, puestos a debatir, como estamos en campaña electoral, lanzaré algunas preguntas más: ¿qué os parece la decisión de cambiar el palio de la Virgen de la Cabeza de la Hermandad de las Siete Palabras?, ¿y el horario y recorrido de la Hermandad del Polígono de San Pablo?

Ya estamos en campaña electoral, pero la Cuaresma empezó antes, y algunos ya tenemos sed de cofradías. ¿Y tú?, ¿tienes sed? Échate un trago.

sábado, 23 de febrero de 2008

Las cosas del fútbol

El fútbol es un deporte que apasiona. Es un deporte que consigue crear ambientes y emociones únicas. Pero también consigue crear situaciones totalmente curiosas.
¿Quién no ha ido a un partido de fútbol y se ha encontrado con un personaje singular?
¿O con una situación singular?



¿Cómo explicarían algunos de estos chavales su reacción?
¿Os habéis visto envueltos o habéis presenciado alguna situación curiosa en un partido de fútbol?

lunes, 18 de febrero de 2008

Papeleta


Los gorriones se arremolinaban en las ventanas de la casa hermandad. El aire soplaba con fuerza y se convertía en viento. Pasaban las cinco y media cuando llegué a la puerta. Ocho personas esperaban a que dieran las seis de la tarde.
- Vete temprano – me había dicho – si sales a las cinco vas bien.
- ¿A las cinco? Pero si eso no empieza hasta las ocho y media...
- Tú hazme caso, que cuando llegues ya habrá gente.
Y allí estaba. Dándole la razón. Miré al cielo. Un día tonto tenía como característica engañar al sol. No terminaba de acariciar con sus rayos la tierra cuando las nubes volvían a eclipsarlo. Los menudos naranjos que enmarcaban la puerta sufrían los envites del aire.
- ¿El último? – Un chaval levantó la mano como si estuviera en clase y demostrara su presencia ante la lista del profesor. Me sitúe a su lado y me dispuse a esperar. Entonces me acordé.

Sevilla tenía esas cosas. Ayer día de sol. Calor incluso, ante la presencia del astro rey que impone sus leyes en esta ciudad como ninguno. Las cuatro de la tarde se convierten en un colchón agradable donde la tibieza del ambiente hace presagiar una primavera temprana. La Cuaresma hace el resto para que nos lo creamos. Sin embargo, después de ese buen día, amanece otro. Y allí estaba. Abrigado con mi chaqueta de pana marrón, abrochada hasta la barbilla, mientras padecía las mecidas del aire. “Aquí hacen el frío y lo mandan pa’ toa Europa”, la frase era de mi amigo Jose, y se me vino a la mente justo cuando un nuevo soplo me hizo cerrar los ojos. Era frío, pero tampoco insoportable. La exageración era un rasgo familiar. “Estamos hechos para el calor” pensé mientras encogía mi cabeza entre los hombros en un acto reflejo.

El sol se desvanecía entre la espesura de las nubes y el paso del reloj. Dieron las seis y las pequeñas puertas se abrieron. Ya no había gorriones presenciando el pequeño grupo de personas que nos agolpábamos allí. Tan sólo quedaba Ella y su mirada de dolor, flanqueada por dos faroles.
- Este año es distinto – anunciaba la voz que emergía tras la primera fila de aglomerados – va por apellidos. Esto es una cosa nueva que s’han inventao los de ahí arriba. Me decís el apellido y yo os doy un papel con un número. Esto es pa’ que no se forme aquí abajo tó el lío a la hora de pagá. Son dos grupos: uno de la A a la K y otro de la L a la Z. Los de banco se van directamente al salón y luego a secretaría como tó los demás – el murmullo se extendió entre los que esperábamos nuestro turno – yo creo que esto va a sé un lío, pero es un invento nuevo de esta gente – comentaba convencido el pobre hombre, que concluía su resignación con una frase por lo bajo, certera y condenatoria, que resumía lo que realmente pensaba y sentía – esta noche no me como yo la tortillita – cogí mi número. El cinco del segundo grupo. Eché un vistazo a la puerta de la iglesia. Cerrada. Las seis y cuarto. Una vuelta y a las ocho otra vez aquí. Volví a acordarme de él.


Ya era de noche cuando regresaba a la puerta de la casa hermandad. El aire seguía desluciendo lo que quedaba de día. Los faroles de la puerta se tambaleaban al soplo de Eolo. La afluencia de personas era mayor ahora. Las dos puertas estaban abiertas y la gente entraba y salía sin parar. Me apoyé en un coche y esperé algo más para adentrarme en el interior de esa marabunta que inundaba la pequeña habitación de la planta baja. Miré el lugar donde me coloco los Martes Santos. Ahora tan frío y extraño. Tan huérfano y solitario. Tan desapercibido y corriente. Un trozo de acera ordinario. Apenas una pequeña parcela que se convertía en una plaza codiciada y requerida cuando la madrugada ya es Miércoles Santo. En la esquina un escaparate ilumina una caballería metálica nueva. Sin jinetes. Ya no existe esa taberna de la que hablaba el Pregonero.
- Perdona... ¿ya están repartiendo los números? – una señora me interrogaba con su mirada esperando una respuesta esperanzadora, pero mi expresión tuvo que ser de tres dígitos por lo menos. Le indiqué el hombre que los repartía y aproveché para sumergirme en ese mar de personas que se hacinaba en la pequeña estancia. Mientras nadaba para llegar a la puerta del segundo grupo, escuchaba frases suspendidas aquí y allá. “Esto es lo mismo de tó los años”; “ahora se forma el lío aquí y allí arriba”; “yo tengo número con los dos grupos”; “¿aquí es para banco?”; “fite, fite, ya hay cola en la escalera”. Por fin en mi destino. Totalmente perdido por lo nuevo de la situación le pregunté a un chaval que esperaba con su novia:
- Perdona... es que vengo a sacar la papeleta de sitio a mi hermana y estoy algo perdido. Cuándo se paga hay que subir a secretaría ¿no?. Se paga la papeleta y ya está ¿no?
- Sí, sí. Se paga aquí el año, y luego arriba la papeleta de sitio. Y ya está.
- Gracias.

Las ocho y cuarto. Seguían repartiendo número. A le mente me vino una imagen de la casa hermandad apaciguada de gentío, bien entrada la noche, pero con algunas personas aún esperando su turno. Mi mente vagaba de un lado a otro, mientras el bullicio seguía creciendo. Volví a acordarme de él. Cuando saliera tenía que hacer una cosa.
- ¡El siguiente! – entré, pagué la cuota anual y volví a zambullirme en la marabunta para alcanzar la escalera. Me sobraba todo. Chaqueta, jersey, camiseta. Mejillas sonrosadas como aquella niña osada que vivía en los Alpes descalza y con mangas cortas. La escalera era una pirámide humana. Subí pegado a la barandilla pues en la pared había otra cola que se dirigía al salón. Primera planta. Allí estaba secretaría. Justo detrás de esa muralla humana. Sonreí divertido. Aquello era rocambolesco, pero todo el mundo se reía. Pese a todo, la gente conseguía jugar con la guasa y hacer ameno el momento. Se notaba el ambiente de hermandad. Se notaba esa complicidad entre hermanos que conocen la misma historia. Me dispuse a entrar en secretaría. Totalmente rodeado. Un flashback me trajo a mi cabeza al Dúo Sacapuntas vestidos de torero y diciendo aquello de “¿Qué cómo estaba la plaza? Abarrotá”. Dentro al fin. Papeleta de sitio en mano. Ahora tan sólo tenía que salir por el mismo sitio que había entrado. Aunque parecía totalmente imposible. Tras un buen tirón, salté a la calle. Aire fresco. Viento desagradable. Pero tenía la papeleta de sitio de mi hermana. Sonreí. Lo conseguí. Ya había salido. Entonces volví a acordarme de él. Tenía pendiente una cosa.


Noche cerrada en el cielo. Hora temprana aún en el reloj. La luna aparecía más lejos que nunca. Entré en la iglesia. Silencio. Avancé por la nave lateral y al final, recogimiento. Vuelco del corazón. Los pies del Santísimo Cristo de la Sangre me recibían. Cristo crucificado en una cruz horizontal. A Su derecha, de hebrea, Nuestra Señora de la Encarnación Coronada. A Su izquierda, Nuestro Padre Jesús de la Presentación al pueblo. Me persigné. Muy cerca. Recogidos en una intimidad emocionante. Me acerqué hasta que sentí el cordón rojo de terciopelo tocarme el pecho. Asomaba a mis ojos la emoción del momento. Suspiré.


“Hay un zagal que este año no os puede acompañar por las calles de nuestra bendita ciudad. Se ha lesionado el tobillo. Pero es fuerte y joven. Ha jugado mucho al fútbol y eso le viene bien. Seguro que se recuperará pronto. De hecho, progresa adecuadamente, pero ahora tiene que volverse a operar. Sé que todo saldrá bien, porque Vosotros lo Haréis así. Pero sería bonito que pudiera contemplar cómo rompe el izquierdo por delante del Pilatos mientras Te Presenta a Sevilla. Cómo se derrama Tu Sangre por nosotros. Cómo se mece la Palomita de Triana cuando baja Su Mirada en un sollozo contenido, que es el de toda una ciudad. Por él, y por su madre que es mi amiga, sería bonito que pudieran disfrutar de nuestra Semana Santa. Muchísimas gracias".

Bajé la cabeza y me sumí en un profundo silencio. Levanté la mirada y contemplé la belleza de la Señora de la Calzá. Me derramé con la Sangre del Santísimo Cristo y me perdí en las manos atadas de Aquel Hombre que era presentado. Las manos de don Antonio. Me persigné. Era la hora de volver a casa. Cuando abandonaba la capillita volví a perderme en la dulzura de la Encarnación Coronada. Entonces me pareció ver algo. Sonreí. “Gracias”.


Para el zagal de mi amiga Reyes...

domingo, 17 de febrero de 2008

18F-88: Veinte años y el tiempo me engaña

En la película "El Bueno, El Feo y El Malo":

El Rubio (Clint Eastwood) y Tuco (Eli Wallace), llegan a un monasterio donde el primero debe recuperarse de una insolación. En dicho monasterio llega el hermano de Tuco, Pablo, cuando se marchaban y decide verlo. El hermano lo recibe en la capilla de mala manera y le echa en cara su ausencia durante el fallecimiento de sus padres y su actitud de pecador de cara a la vida que lleva. Se enzarzan en una discusión y Pablo abofetea a su hermano, devolviéndole éste un gran puñetazo y tirándolo al suelo. Tuco abandona la capilla tras esta trifulca, mientras su hermano se duele. La escena es contemplada por El Rubio, sin que Tuco y su hermano lo sepan.

En el siguiente plano, El Rubio y Tuco se alejan progresivamente del monasterio en un carro, y es cuando se produce la siguiente conversación:

Tuco: ¡Ay! Qué comilona. Es un tío grande mi hermano... Sí, porque no te lo había dicho. El jefe de aquí es mi hermano. En Roma manda el Papa... y aquí mi hermano. Cada vez que me ve me dice “quédate aquí unos días, aquí la comida no falta”. Y ¿sabes lo que me acaba de decir? “Invita también a tu amigo”. ¡Je! Siempre es el mismo. Cuando me ve nunca me quiere dejar marchar. Nunca. ¡Ay! Me quiere con locura mi hermano. Sí, es una tranquilidad para un hombre como yo saber que, llueva o truene en alguna parte hay un plato de sopa caliente que te espera.
El Rubio: Sí, claro. Bueno, toma, fuma. Te ayudará a hacer la digestión.


Veinte años y utilizas la manida frase coloquial que te retrotrae al momento de su llegada. “Parece que fue ayer”. Yo al menos lo recuerdo a la perfección. “Ya tienes una hermanita”. Mi abuela me trajo a mi casa. Mediodía. Mi padre dormía. Le había tocado turno de noche, y cuando llegó por la mañana a mi casa, mi madre se puso de parto. En ese momento, yo ya estaba en el colegio, ajeno a que mi vida cambiaría por completo apenas unas horas después.

Cuando llegué a mi casa me sentí desolado. Servidor, que adolecía de madrero, no podía creer que mi madre hubiera desaparecido de mi casa. Que se hubiera ido sin avisar. Toda la culpa la tenía mi hermana. Apenas había llegado, y ya estaba quitándome a mi madre. Dos días esperé. Entré en el cuarto y allí estaban las dos. Mi madre y mi hermana. Veinte años hace de aquello y el tiempo me juega malas pasadas. Me engaña corriendo más de la cuenta a mis espaldas. Veinte años y apenas hace nada que compartíamos juegos. Veinte años y era ayer cuando nos arremolinábamos de nervios la noche del 5 de enero en una misma cama, esperando que el alba rompiera y pudiéramos abrir los regalos. Veinte años y muchas travesuras compartidas. Ahora creo, cuando lo pienso y recuerdo, que el tiempo me engaña. Que el reloj corre cuando no lo miro. Que no hace veinte y hace menos. Que mi hermana ya no es pequeña. Que ya es una mujer.

Los dos hermanos - Pablo Picasso, 1906


El dos delante del cero. Jamás me imaginaba que aquella pequeña personita que me robó a mi madre dos días, significaría tanto para mí. Mi hermana pequeña. La que jugó conmigo. La que me da mil vueltas. La que me pinchaba debajo de la mesa. La que llega antes que yo. La nazarena de San Benito. La zalamera. La que salta en la mano. La bética. La de las peleas tontas. La cariñosa. La del carácter fuerte. La del corazón grande. La de las manos limpias...

Veinte años. Ya es una mujer, pero no me quiero dar cuenta. Porque para mí, siempre será mi hermana pequeña. La que me deja sin palabras. La que puedo contar con ella. La que me encandila. La que me puede. La que quiero con locura. Felicidades.

Para mi hermana...

viernes, 15 de febrero de 2008

El peor día de su vida

¿Quién no se ha visto privado de Internet sin venir a cuento?
¿Quién no ha sufrido en alguna ocasión los mareos del servicio técnico?



Enjuto Mojamuto - Muchachada Nui

¿No os ha pasado lo mismo alguna vez?

miércoles, 13 de febrero de 2008

El hotel de las almas perdidas

Silencio. Un turbador silencio le rodeaba. La respiración entrecortada. No se lo podía creer. Un nudo en la garganta le impedía respirar con claridad. El silencio estallaba con insolencia en sus oídos.

Había llegado apenas hace unos minutos. Cansada. Agotada por el paso de los días. Tal vez por el paso de la vida. Se quitó el sombrero, dejó su equipaje junto a la cama, se despojó de su vestido y se descalzó. El contacto de la tibia moqueta en sus pies la reconfortó. La cama perfectamente hecha esperaba a su inquilina. Semidesnuda, advirtió que algo yacía sobre la almohada. Un sobre. Una carta. Un pellizco en el estómago. Llegada eclipsada por el desconcierto. La cogió y la observó. Miedo. De lo que podía encontrar en su interior. De lo que presentía encontrar en su interior. Angustia de aquello que se escucha llegar pero no se ve. De aquello que se intuye. Un abrazo de desazón. Un sorbo al destino escrito.




Edward Hopper - Hotel Room (Habitación de Hotel)

Sentada dejó pasar sus ojos por aquellas líneas. De pronto, el alma hecha retales. Silencio. Ya no estaba en la habitación del hotel. Estaba lejos. Muy lejos. Ecos de recuerdos que se deshacen en la tristeza de unas palabras. El adiós escrito entre sus manos. Y el silencio. Eterno silencio en la habitación de la soledad. Soledad que arde en sus ojos. Desolación que estrecha su garganta. Quiere llorar pero no puede. A medio vestir... a medio desnudar. Cristales en su corazón. Ponzoña de papel y letras en sus manos. Era el fin. Atrapada en esa habitación de la soledad, degusta una y otra vez, pequeños sorbos del veneno de la realidad. No lo verá más. No lo sentirá más. Presa en el halo de una desolación apabullante, se deja perder en la resignación de su destino y en los espejos de la memoria. Poco importa ya nada. Sentada en la cama del hotel de las almas perdidas. Ya no está sola. El silencio comienza a convertirse en alguien familiar...

sábado, 9 de febrero de 2008

De potencias y espinas

Hay una disyuntiva que choca con unos próceres rancios. Hay un debate que se deja sentir en el aire de Sevilla. A veces a puntillas, otras de lleno. En Triana saben mucho de este tema...

¿Qué son las potencias? Básicamente es un conjunto de tres rayos de luz que se ponen en la cabeza de las imágenes del Señor. Labradas por lo común en nobles y ricos metales, representan a la Divinidad, siendo en la antigüedad un nimbo centrado en una cruz de brazos iguales.


Un claro ejemplo de esta dualidad es el Santísimo Cristo de la Expiración, popularmente conocido como el Cachorro, que ha salido en diversas ocasiones alternando un rostro libre de potencias y corona de espinas o completado con ellas.


Hay otras imágenes que no pueden desprenderse de la corona de espinas, ya que está tallada en la cabeza, como es el caso de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder o el Santísimo Cristo del Amor, y otras carecen de ambas a pesar de estar ejecutadas por el mismo autor, como el Santísimo Cristo de la Buena Muerte de los Estudiantes, aunque el encargo y las condiciones del que pagaba tenían mucho que ver en este aspecto.

Algunas tallas tienen la posibilidad de poner y quitar, como era el caso del antes citado Cachorro o el Nazareno de la O.


Y a vuesas mercedes... ¿qué les parece?, ¿cómo os gusta más una Imagen?, ¿con o sin potencias?, ¿con corona de espinas o sin ella?, ¿sólo con potencias?, ¿sólo con corona de espinas?, ¿con ambos elementos?...primer sábado de Cuaresma. Ya queda menos. Calmen su sed hasta que llegue el gran día...

Imágenes, por supuesto, gracias al amigo Roberto Villarrica

jueves, 7 de febrero de 2008

Quedémonos aquí...


Ayer comenzó todo

Ceniza de la Pasión

40 días

Empieza la cuentra atrás...

boomp3.com

lunes, 4 de febrero de 2008

Gracias...


...a todos. Cada uno de vosotros. Siempre he dicho, y mantengo, que sois ustedes, todos ustedes, los que hacéis posible que siga escribiendo, que cada día se me ocurra algo nuevo que compartir con todas y cada una de las personas que me leen.

Gracias a todos aquellos que entran a echar un trago. A los que me dejáis comentarios y hacéis posible que mi motivación crezca y no desaparezca la ilusión por este humilde rincón. A los que no se atreven a escribir pero me leen en silencio. A los que entran todos los días. A los que entran de vez en cuando.

Gracias a todos por hacer posible que hoy, 4 de febrero de 2008, este blog de El Aguador de Sevilla, cumpla 1 año.

Vuestro amigo Ramsés.