viernes, 3 de abril de 2009

Milagros


Lo que está a punto de ocurrir no es baladí. Lo que estalla por los cuatro costeros de esta bendita ciudad mariana que es Sevilla, no es sólo azahar, ni siquiera un ramillete de volutas de incienso. Todos los detalles, todas aquellas precisas combinaciones de sutilidad y delicadeza, se consuman en siete días. Ya no queda nada y queda todo. Es ahora cuando nos preparamos mentalmente. Es un ramillete de recuerdos y sensaciones, de emociones, trenzadas con un pequeño cordel de cera, apenas visible. Son todas esas imágenes que nuestra memoria rescata y vive con pasión antes de que vuelvan a traspasar nuestra retina. Pero no será igual. Ni siquiera lo veremos todo, aunque creamos que sí. Formaremos parte de un entramado de madera viva que se hará realidad al paso de unas Imágenes de sentimiento. Una metamorfosis íntegra de todo lo que conocemos. En estos días, la ciudad mudará su piel para ponerse otra que dura sólo una semana. En estos días no se piensa. No se razona. En estos días, sólo se vive. Se siente. Todo gira en torno a un periodo con principio y final. Otro mundo. Nada se deja al aire. Todo está escrito, grabado con letras de fuego en el corazón de la ciudad.


Sí, es cierto... todo está perfectamente preparado y milimetrado. Todo tiene un esquema a seguir, pero el resultado no siempre es el mismo. Luego queda una diáspora incontrolable de emociones y sensaciones que estallan sin control. Hay un encontronazo fugaz. Un choque de trenes en un momento exacto. Algo ocurre. Algo sucede en ese preciso instante y todo parece volar. Suspenderse en el subconsciente. Algo extraordinario y maravilloso. Y ese momento, ese trance que surge y se va en un segundo perpetuo, no se puede explicar con la lógica o narrar sin caer en la imprecisión de la duda. Esa sensación quedará impresa como una marca imperecedera en nuestro interior. No tiene razonamiento o justificación, pero permanecerá. No hay argumentación posible, ni siquiera explicación, pero siempre lo llevaremos dentro. Un espectáculo grandioso y exuberante marcado por unas pautas, unos símbolos y unos significados concretos, pero también fijado por una arbitrariedad y una libertad que no tiene parangón. Cambia la ciudad, cambia el paisaje, pero la esencia se mantiene y ocurre algo que está fuera de todo conocimiento. En ocasiones se rompe el guión establecido y aparece un elemento sorpresa que aporta un ritmo inusitado a toda la escena desarrollada. Sólo entonces podemos aplicarle la pincelada de lo divino. No hay aclaración posible. No hay solución para ese enigma que nos hace estallar el alma en racimos de lágrimas. Esos delicados detalles que se filtran por los resquicios de una pauta a seguir. Esos elementos inexplicables, esos rayos de luz más brillante dentro de la propia luminosidad, son los milagros de la Semana Santa. Pero… ¿qué es para vuesas mercedes un milagro? Tal vez, un buen puñado de elementos o circunstancias que hacen que salgan las cosas bien, o extremadamente bien, y a las que no podemos darle explicación. Puede que estéis pensando que un milagro es aparcar el coche un Domingo de Ramos en la Plaza de San Lorenzo, encontrar una mesa libre en el Horno de San Buenaventura de la Alfalfa un Martes Santo, que nuestro equipo de fútbol vaya ganando mientras un nazareno nos pregunta a través del antifaz, que alguien mire la cara del cirial del Gran Poder, comernos un cucurucho de helado sin que se desfonde y nos manchemos, que nuestro dedo meñique del pie no haya desaparecido cuando lleguemos a casa después de ver la Amargura, no tener que mirar al cielo porque brilla el sol o que el horario del programa se cumpla. Sin embargo, podríamos decir que estos casos pertenecen más a la suerte o azar del momento, incluso a la ciencia, que a un milagro en sí. Son esos ‘mirlos blancos’ que alguna que otra vez hemos tenido el sino de encontrar. Pero un milagro es otra cosa.


En nuestro febril estado, poseedores de una sensación de locura transitoria, nos abandonaremos al brillo de esos detalles deslumbrantes. Será entonces cuando veremos un milagro en los trazos abocetados que, en ocasiones, son el pilar básico de una composición. Y puede que, presos de ese mundo onírico que transcurre en siete días, todo se desarrolle como un sueño de idealizaciones de bellas estampas, que creeremos son milagros. Nos encontremos bajo una intensa lluvia de pétalos, y todo parecerá etéreo. Flotaremos ante la delicia embriagadora de sentirnos volátiles en un mar de flores que se extiende en vertical. Perderemos toda sensación común y corriente de nuestra percepción y careceremos de la razón en ese preciso instante. Pero no será un milagro. Nos abrazará el terciopelo, el ruán, la capa y la cola. Nos ceñirán los cordones franciscanos, los cinturones de esparto y las botonaduras, mientras los borlones nos acarician y la medalla repiquetea en el pecho. Nos sentiremos dentro de la tradición y formaremos parte de todo ese entramado de ilusión y belleza. Pero no será un milagro. Todos los colores serán más radiantes, y no sabremos distinguirlos, pues estarán atrapados en un prisma que los transfigura en formas triangulares, rematadas en puntas cónicas. Morados, bermellones, negros, blancos, azules, verdes, rojos… un desfile de gamas que juegan con la luz y nos hace perder el sentido lógico de la vista. De nuevo la sinrazón se apodera de nosotros y creemos otra vez en la locura. Creer para entender o entender para creer. Pero no será un milagro. Y arderá el tiempo, como siempre lo hace pero más acusado en esta Semana Mayor, sin llorar arena, porque no hay reloj que marque las horas, sino lluvia de cera que riega de lágrimas sólidas las calles. Pero esto, aunque pueda parecerlo, tampoco será un milagro. Nos deslumbrará el oro y la plata, y su incandescente destello al ser tocado por el sol y la luna, nos indicará que hay algo místico en todo lo que vemos. Pero no será un milagro. Un río de fuego se extenderá bajo la penumbra de la noche. Oscuridad y silencio serán los márgenes que lo acompañen, y la luz del pabilo dejará ver miradas de penitencia. Miradas anónimas que rezan por una causa. Hay vida bajo esa quietud de ruán. Y nos puede parecer un milagro, pero no lo será. En la Plaza del Museo, dudaremos si don Bartolomé está pintando la elegancia de lo que ve, y en la del Duque, casi podremos observar, atónitos, como don Diego mueve el pincel para plasmar este mundo que es una semana. Pero no será un milagro. Un ramillete de personas se hará y deshará rápidamente. Una aglomeración de ojos sedientos en la búsqueda de un guardabrisa y un varal. Cientos de personas que se unen de una sola vez y se separan cual diáspora. Es la bulla sevillana, con sus propias normas y su figura camaleónica. Y tampoco esto será un milagro. Volutas de incienso modificarán la luz y la transformarán en sombras claras y reflejos volátiles. Imágenes confusas en espejismos borrosos, una neblina que se convertirá en velo blanco, roto de pronto por la delantera de un paso. Pero no será un milagro. Y puede que el río en estos días tenga un fulgor diferente, y que sus aguas parezcan de plata y Sevilla se haya engalanado como nunca. Pero ni aunque pueda parecerlo, que lo parece, esto tampoco será un milagro. Y los sentidos nos volverán a fallar. En estos Siete Días Sagrados, nuestros sentidos vagan perdidos a la deriva de una confusión eterna. Una duda sin fin que los hace perderse sin saber cuál es la función que deben cumplir. Nuestros ojos contemplarán la candelería menguada y no sabrán si está llorando la cera o son nuestras lágrimas las que descienden vencidas por la emoción. Todo será luz, pero querremos acariciarla, para saber cómo es el tacto dúctil de la belleza. Rozaremos lo sagrado y lo profano. Querremos probar y degustar el choque de las bambalinas, en su delicioso compás de ritmo armónico y equilibrado. Y estaremos perdidos. Nada tendrá sentido y ese será uno de los secretos de la Semana Santa. Porque incluso querremos oler la fragancia que desprende la hermosura espiritual de Esa Señora que pasa ante nosotros, y sentiremos el nardo y la azucena. Y ver. Ver como nunca hemos visto. Contemplar la belleza, lo divino, lo etéreo, lo bendito y lo laico. Todo aquello que creemos sentir. Pero pese a todo, pese a que puede parecer que este espectacular conjunto de sensaciones sea un milagro, no lo es. Este sutil y delicado acervo pertenece a la belleza y esplendor de una Semana nombrada como Santa. A la magnificencia y primor de lo sublime resumido en Siete Días de Pasión.


Entonces… ¿qué es un milagro?, ¿qué características grandiosas e incomprensibles tiene que poseer?, tal vez ni yo mismo lo sepa. Pero hay detalles en esta Semana Mayor, que me hacen reflexionar y pensar. Hay gestos que son especiales y me emocionan. Hay pinceladas que las considero un milagro. Un milagro es el río blanco inmaculado que se extiende cada año por la ciudad y nos recuerda que La Paz es posible, que no es una quimera, que no tenemos que olvidarla. Que existe y que el nombre de su barrio es El Porvenir. La ilusión y la alegría de un niño nazareno. La sonrisa al tendernos su presente de dulce caramelo. Esa sonrisa es un milagro, porque ilumina el mundo, porque nunca un niño debe dejar de sonreír. En la calle Sol nos recordarán que la multiplicación de los panes y los peces del Señor se sigue produciendo. Él está presente en aquellos comedores sociales, sean de hermandades, órdenes o no, donde el milagro se produce diariamente. Dar de beber al sediento y comer al hambriento. Sigue existiendo el Amor. Sigue existiendo el Socorro. Y esto es un milagro. En el Divino Salvador, no hay mejor nombre para identificarlo, nos siguen enseñando cada año, en estos siete días, que el Amor existe y el Socorro también, que tenemos que creer en Él y en Ella. No penséis que me he vuelto loco, pues todo esto es un milagro para mí. Y si la locura es necesaria para entenderlo… ¡volvámonos locos!. Que alguien, por primera vez, contemplando la esencia pura de la Semana Santa encuentre algo que no sabía que tenía. Que alguien sienta la Fe sin haber creído nunca en ella… esto es un milagro. La Semana Mayor de Sevilla está en esos detalles. En la visita de la centuria al Hospital. En el brillo de los ojos de un anciano al comprobar que han venido los romanos de su infancia, los de la Sentencia. En la alegría e ilusión de los niños al ver aparecer por la puerta los armaos de la Macarena. De la Esperanza. ¿Acaso esto no es un milagro?. El Señor y Su Bendita Madre están en estos momentos más presentes que nunca. Esto es lo que no se ve, pero se siente. Lo que tenemos que tener en cuenta. Es un milagro que al Señor de la Salud tengamos que darle las gracias. Que la Estación de Penitencia sea para agradecer algo que ya Ha Hecho. Que ya Ha Curado con su infinita bondad y su Poderosa Salud. Ese es el milagro. Que un enfermo, aquejado en su casa o en el hospital, pueda ver caminar al Hijo de Dios por Sevilla y, emocionado, comprenda que ese es Su Gran Poder. Que está en todos sitios. Que es un milagro. Que gracias a unas personas, otras podrán disfrutar de aquello que no pueden ver, oír o escuchar de cuerpo presente, pero podrán sentir. Gracias a la televisión, gracias a la radio, gracias al Amor que aún existe. Esto es un milagro. Que los ancianos de la Residencia Tartessos acompañen su Soledad con la de San Buenaventura, es algo sobrenatural. Es otro milagro. Que a los enfermos de San Juan de Dios los visite el Señor que calma su Sed y el azul infinito de los ojos de Su Madre y sientan que Él y Ella están allí. Sentir, porque al fin y al cabo la Semana Santa es eso, sentir. ¿No es un milagro esto?, ¿no es un milagro que los enfermos escuchen el tambor tocar por ellos?, ¿la corneta destemplarse al son de una marcha que calma su espíritu?, ¿el sonido y la fragancia de unas bambalinas que se mueven al ritmo que sus corazones marcan?, ¿no es un milagro?.


La alegría y el llanto. La emoción y la risa. Todo forma parte de lo mismo. Es un conjunto de sensaciones que ahora se hacen realidad. Es esto lo que vamos a vivir. Estos son los milagros. Que en el TDH de la Hermandad de Triana no se apague la sonrisa y la Esperanza tenga tez morena. Es un milagro. Que en San Vicente el hábito franciscano sea el símbolo de la grandeza humana. Que una coronación valga el Amor al prójimo, encarnado en el apoyo y cariño a esos niños con Estimulación Precoz. Esto es un milagro. Que en Bielorrusia miles de niños se sientan nazarenos porque su Hermandad está en la calle, no puede ser otra cosa más que un milagro. Algo divino y sobrenatural. Y esto ocurre en Semana Santa. Y será así cuando un joven estudiante se levante de madrugada, al otro lado del mundo, y busque la plataforma necesaria para estar cerca de sus Sagradas Imágenes, aunque sea por la red más universal de todas. Será un milagro. Al igual que aquel hermano que está lejos de su Sevilla, porque ha elegido estar cerca de los que le necesitan, en el corazón de un continente donde tanta falta hace el Amor. Y se emocionará porque podrá sentirse cerca. Y sus lágrimas será la mejor forma de comprobar que la Semana Santa es esto. Será un milagro. Temblarán las Almas cuando el Cristo baje por Sales y Ferré y los miembros de la residencia lo estén esperando. Sentados bajo el primer relente que lloran las estrellas y envueltos en mantas, en el momento en que la noche ya es una realidad. Y se emocionarán cuando el Señor se pare ante ellos y se invierta la ofrenda. Un ramo de claveles rojos para los ancianitos. Será un milagro. Y entonces tendremos la certeza de que aún hay Fe y hay Esperanza. De que existe el Amor. Que existen los milagros. Y será así. Porque cuando la razón pierde pie y la lógica se tambalea en un alambre de espino, tenemos que dejarnos caer en el abrazo de la incoherencia y sumergirnos en aquello que no entendemos. Sólo así podremos creer. Y así encontraremos estos milagros. Y los entenderemos. La Semana Santa es esto. Sentimiento y emoción. Fe y Esperanza.


Sevilla está preparada para vivir en un mundo onírico. Llega la Semana de los sueños. La Semana donde todo está por encima de lo real y la razón comparte protagonismo con la locura. Nos dejaremos llevar por lo sagrado y lo ascético, lo profano y lo laico. Y todos caben aquí. Sin excepciones. La solución a una concordia humana universal encerrada en siete días. Otro milagro que la hace grande. Que la hace Universal. Cabe el autóctono y el extranjero, el político y el apolítico, el católico y el ateo, el creyente y el agnóstico, el rico y el pobre, el capillita que se arregla y prepara con ceremonia cadenciosa y cuasi instructiva, y el cani con su traje y zapatos blancos, para ellos las mejores galas que tienen para acudir a ver sus Imágenes. Porque es así. Todas estas personas, y más que me dejó atrás, están unidas por una misma tradición, la Semana Mayor de Sevilla, y en ella se incluye a todos. ¿Y esto?, ¿no es un milagro esto?, la plena y completa convivencia de diferentes estratos de la sociedad unidos por un único camino: el Amor a la Semana Santa. Es el sentir del pueblo. Todos son uno. Porque es así. Y debe ser así.


Volverán a rezarle a las Imágenes. Volveré por el camino más corto. Volverá a haber recogimiento y alegría. El Jueves Santo volverá a ser el único día que haya luz eterna. Luz de día y luz de noche, cuando el Sol se haya ocultado y tome su relevo la brillante Luna de Parasceve. Volverá a emocionarnos una levantá. Volverá la alegría de la Esperanza. Volverán a fallar los sentidos. Volverá a caer la cera como símbolo del paso del tiempo. Volverán las volutas de incienso. Volverá la lluvia de pétalos. Volverán los milagros. Todo volverá un año más, pero de forma distinta, dándonos la oportunidad, una vez más, de volver a vivir, a sentir estos Siete Días Grandes. Sevilla se convierte en la Jerusalén viva. Un teatro decorado con las escenas más emocionantes que podamos imaginar. No se sabe muy bien si la ciudad se hizo para la Semana Santa o ésta para la urbe. Integración mística y ascética que roza la combinación elocuente de una panacea universal de la convivencia humana. Es una utopía que la realidad se encarga de demostrarnos con el espejo del alma del ciudadano. Sevilla siente la Semana Santa. Vive estos siete días como si quisiera atrapar un instante volátil, una imagen congelada en una esquina, la fragancia del azahar exornando el palio de cajón, la Mano divina perfilada en el azul luminoso de un Domingo de Ramos, el beso al aire del niño, terciopelo mezclado con ruán, lágrimas de cristal que traspasan el espíritu. Pero esto es, cuanto menos, imposible. El que asiste a este espectáculo grandioso, pagano y jubiloso por fuera, místico y sagrado por dentro, se esfuerza y dedica en cuerpo y alma a este menester, a captar cada momento. A veces ufano y alegre, humilde y resignado en otras ocasiones, sabedor de que la teoría es mucho más fácil que la práctica escogida. No se puede describir lo que se va a vivir, lo que se va a ver, lo que se va a sentir. Ni siquiera lo que hemos vivido, visto o sentido años atrás, pues sólo es un recuerdo desvirtuado por la sinrazón del paso del tiempo. Una imagen latente, apenas visible, de aquello que hace un año creímos saborear. Porque cuando estemos sumergidos en esos momentos, sabremos que estamos atrapados en un misterio, aquel que nos hace vivir la eternidad en un instante. Cuan complejo es describir estos detalles sutiles que la pasión del momento nos trae. Pero ahora, quizás por la leve lesión del paso del tiempo, por ese consumir de cera perenne que hace rebajar nuestra candelería, sólo podemos acercarnos a lo vivido. Podemos tener una idea de lo que ocurrió el año pasado. De lo que sentimos años atrás, pero nunca podremos describirlo exactamente y a la perfección. Ni aventurarnos a lo que está por llegar. Podemos percibir que se tratará de algo sobrenatural. Algo que se escapa de la razón, de la lógica. Algo que se escapa incluso de toda explicación sensata. ¿Tenemos entonces que estar locos para entender lo que va a ocurrir?, puede que la locura sea un estado cuasi necesario para poder palpar en su totalidad lo que Sevilla siente en la Semana Santa. Hay que aislarse y desprenderse de toda coherencia, dejar a un lado lo entendible y dejarse llevar por lo que nuestro corazón siente. Quizás esta sea la mejor solución. Toda congruencia queda expuesta a una situación vergonzosa, incapacitada para exponer con lógica aquello que estamos viendo o sintiendo. Y es que no se puede explicar con palabras aquellas emociones que emanan directamente del alma. Es un hecho inexplicable e indescriptible por las leyes naturales.



Hace un par de semanas, mi amigo Alberto y yo nos movíamos con rapidez entre las calles del centro, ávidos en busca de aquel Via+Crucis que había salido. Llevábamos a nuestra espalda la visita de varias iglesias, siempre con la intención de encontrar algún paso montado o, en su defecto, conformarnos con la parihuela o el bulto envuelto en lona. En ese instante, entre las calles estrechas que trazaran con maestría los musulmanes para una fiesta cristiana, mi amigo, casi sin resuello, me preguntó “quillo, ¿por qué nos gusta esto tanto?”. En ese momento lo miré y sonreí, pero no dije nada. El silencio fue la única respuesta a una pregunta que no sabía contestar. Porque realmente no lo sé. Y creedme si os digo que he estado pensando desde entonces en esa pregunta. Y creedme si os digo que no sé explicarlo. Que no sé describirlo. Que no sé decir qué se siente con palabras. Y ahora, llegados a este punto, sé que todo pasará en un abrir y cerrar de ojos. Todo pasará rápidamente. Fugaz y breve como el carbón que da vida al incienso o el azahar que prende del naranjo. Por eso, disfrutad de lo que está por llegar. De lo que va a ocurrir. No le busquéis una explicación. Ni siquiera lógica o razonamiento, porque será inútil. Porque no podréis saber porqué late con fuerza el corazón y porqué un escalofrío recorre vuestra espalda. Porque no podréis saber porqué lloráis o porqué reís. Llega la Gloria… en estos días no se razona. En estos días solo se vive y se siente. Porque la Semana Santa, al fin y al cabo, es esto, un verdadero milagro que hay que sentir.


9 comentarios:

Juan Duque Oliva dijo...

Estas son palabras mayores.

Disfrutadla al máximo, es toda vuestra.

Deliciosa vuestra agua.

Un abrazo

Néstor dijo...

Ayer, viendo el telediario, nos acordamos de ti. Y dije, "por ahí debe andar Ramsés".

Híspalis dijo...

Conocía el contenido de esta maravillosa entrada sin haberla leído. Cosas de la amistad. Tengo que decirte que llevas mucha razón en lo que dices, espero, al menos, que esos milagros que bien señalas no se pierdan nunca.

Un fuerte abrazo.

Jordi de Triana dijo...

Nuestra Semana Santa es grande por sus imágenes, por la devoción, por su justa medida y sobre todo porque gracias a ella descubrimos a personas como tu querido amigo. Tienes una calidad humana sobresaliente. Acordarte cada año de mi humilde blog para expresar tus sentimientos en el momento más importante para ti es algo que habla de tu generosidad. Esta Madrugá no he salido a la calle por primera vez en mi vida. He acompañado a mi niña en el primer tramo de la Esperanza de Triana y no he tenido fuerzas para mirar al Cristo y a la Virgen, finalmente no he salido acompañando al Señor de Sevilla, pero te puedo asegurar que en tu cirio se encontraba gran parte de mí.

Por desgracia la vida me ha golpeado fuerte la semana previa a la Semana Santa, el Señor está de mi lado, pero no tenía ganas ni fuerzas de vivir estos grandes momentos. Para mí es injusto estar disfrutando de este gran regalo cuando grandes amigos de mi corazón se han marchado al Cielo y sus familias están completamente destrozadas.

El Señor ha querido que este año me quedase en casa y ha sido Él quien ha venido a verme.


Un abrazo amigo, eres todo un ejemplo a seguir.

América dijo...

Tenia pendiente esta entrada desde hace días,lo que hace grande esa Semana Santa es definitivamente su gente,la real devoción,el cariño y el mimo en los detalles,un patrimonio religioso artístico que perdura a través del tiempo,una fiesta que se levanta sobre la tradición en el mejor de los sentidos,por eso es un milagro ano tras año.Este TVE trasmitió en directo la Semana Santa desde Jerez,pero en otras ocasiones lo ha hecho desde Sevilla,hermoso,realmente bello.Saludos,que esperamos mas.

La gata Roma dijo...

Como dejas ver en tu entrada, siempre hay más cosas detrás, siempre más de lo que vemos a simple vista. Los costaleros de San Esteban ayudaron a una serie de hermanos mayores (no de cargo sino de edad) o impedidos a llegar hasta la Catedral, dónde les habían cedido un espacio acotado para poder ver allí la cofradía, haciendo verdad las palabras que en su día acuñó el padre Leonardo, “costaleros de un Cristo vivo”
Tal vez esas cosas que están detrás son los milagros.
Kisses

Reyes dijo...

Espero que hayas disfrutado intensamente de esta semana de los sentidos.
Espero, como agua de mayo, tus crónicas de los hechos.

Un beso.

Alberto Ramírez Jiménez dijo...

Me ha encantado al ultima foto, espectacular amigo

nefer dijo...

Tarde como siempre, sólo puedo darte las gracias por escribir y hacerme recordar que es un milagro que un año más rebosemos de ilusión como cuando éramos niños. Que nada nos cambie.

1BESO.