jueves, 29 de enero de 2009

El naufragio

Y apareció a lo lejos. Una diminuta mota de polvo en la inmensidad del cielo. Cuando pierdes la razón y la esperanza se convierte en una gota perdida en la grandiosidad del mar, crece la incredulidad de la vida. Las dudas plagian el desanimo y la desazón se pega a la piel del subconsciente. Pero allí estaba. El frágil y débil rayo de luz de esa bóveda oscura que aquellos hombres tenían por destino. Apenas un perfil disimulado que atravesaba las retinas de la emoción. El final del castigo. El comienzo de la vida. Era como si, en todo aquel tiempo, hubieran vagado por los ríos de la muerte que bañan el infierno. Un infierno sin penumbra ni tinieblas. Un averno de líquido salado y sol castigador, donde la luz maltrata y el agua quema las entrañas y no sacia la sed. Y ahora… ahora parecía que la esperanza cobraba rédito de nuevo. La muerte campaba a sus anchas por el boceto de balsa que se emborronaba con el paso de los días, diluyéndose entre las olas de una cuenta atrás, pero aquel punto de la lejanía hizo brotar vida. Era la esperanza. La oportunidad. La certeza de saber que, quizás la arena del reloj no terminaría aplastándolos en la soledad de aquel desierto de agua y sales movedizas. Inmediatamente los nervios se desataron en la precariedad de unos tablones deformados y las fuerzas, que creían perdidas por los resquicios de la balsa, aparecieron de nuevo. Tenían que hacerse ver. Tenían que volver a la vida. Tal vez no consiguieran nada… o quizás fuera la última ocasión de no escribir el final bajo las arenas oscuras del mar.


Habían zarpado en la fragata real “Medusa” el 17 de junio desde Francia, para navegar hasta San Luis en Senegal. Corría el año 1816, y tenían como objetivo tomar posesión de la colonia del África occidental que Inglaterra había restituido al país galo. A bordo se encontraban el nuevo gobernador de Senegal acompañado de su familia, el personal administrativo y un batallón de infantería de marina encargado de proteger las posesiones de ultramar, así como unos sesenta científicos que querían explorar el país al que se dirigían. En total cerca de cuatrocientos pasajeros se encontraban a bordo de la fragata, mucho más de lo habitual y, en todo caso, demasiado para los botes de salvamento. La arrogancia aristocrática del comandante, Hugues Du Roy de Chaumareys, cuya posesión del puesto correspondía más a una lealtad monárquica que a los conocimientos de navegación y experiencia marítima, parece que le impidió hacer caso a los consejos de sus oficiales en la travesía. Se produjeron conflictos y, finalmente, la catástrofe. Los errores de navegación y la negligencia hicieron que la fragata encallara en el banco de Arguin, cerca de las costas africanas, entre las Islas Canarias y Cabo Verde, para finalmente naufragar el 2 de julio. Después de algunas tentativas de poner la nave a flote, los responsables perdieron el control de los nervios y dieron bruscamente la orden de evacuar el barco. En medio del pánico, el egoísmo y la brutalidad, el gobernador, el capitán y los más altos oficiales ocuparon los seis botes de salvamento. Las ciento cuarenta y siete personas que no tuvieron sitio en los botes, se vieron impelidas a ocupar una balsa construida precariamente con tablones, fragmentos del mástil y cuerdas. Los ocupantes de los botes prometieron que los remolcarían hasta tierra firme, pero dos horas más tarde cortaron las cuerdas que unían los botes con la balsa. Jamás llegó a aclararse el por qué y en qué circunstancias. Los ciento cuarenta y siete náufragos se quedaron a solas. Atados a la angustia y la impotencia de una armadía de ocho por quince metros de destino flotante. Para muchos, el último viaje antes de subirse a la barca de Caronte.

Durante trece días, el espacio que otorgaba la precaria embarcación, se convirtió en un pequeño mundo donde el estatus y la jerarquía quedaban a manos de los pocos funcionarios y oficiales que no tuvieron sitio en los botes. Pronto se desató una situación de pánico aderezado con profundos matices de angustia aterradora y asfixiante. No había salida y la esperanza comenzó a consumirse con el paso del tiempo. Los bordes de la balsa se hundían en el agua y llegar al centro era símbolo de salvación momentánea, evitando lo máximo posible el azote de las olas y las posibilidades de caer al mar. Un mar de desolación donde el retorno a la vida se vendía muy caro. Cuando la primera tarde murió, el ocaso extendió su espeso manto sobre el mar y la oscuridad lo inundó todo, había veinte personas en los bordes de la balsa. Un desfile de quejidos, lamentos y gritos desfiló durante toda la noche. A la mañana siguiente, las veinte personas habían desaparecido. El drama y la angustia se acentuaron la segunda noche. El miedo y el pavor a la muerte se podían sentir y palpar en un ambiente de tensión e incertidumbre. Todos querían llegar al centro para no desaparecer cuando el sol cayera. Era la lucha por la supervivencia. La fuerza por mantenerse vivo. Entonces la locura rompió los amarres de la razón y se desató un torbellino de nervios que acabó desquiciando a los pocos oficiales a bordo, los únicos que iban armados. El primer disparo no fue el último. Los ojos de la sinrazón se apoderaban de los actos de locura y el sonido de los disparos se unía al grito de los hombres que aullaban de miedo. La tragedia y la enajenación se habían apoderado de la balsa y campaban a sus anchas entre la insensatez y la barbarie, compañeras inseparables. La muerte cedió su guadaña a los oficiales, que sesgaron la vida de sesenta y cinco hombres. ¿Acaso el infierno era peor que aquello?.



Al cabo de una semana no quedaban a bordo más que veintiocho supervivientes, de los cuales sólo catorce parecían capaces de sobrevivir algunos días más. La razón había desaparecido en muchos de ellos y había dejado paso a la demencia. Otros estaban gravemente heridos y sus miradas se perdían más allá del presente. Más allá de este mundo. El hambre también iba a bordo desde el primer día y la sed abrasaba más que el sol. Todos empezaban a temer que la esperanza se había desvanecido y que estaban a merced de un destino escrito con letras negras de epitafio. Fallecieron muchos y se decidió tirarlos por la borda, pero no todos. Algunos quedaron a merced del abrasador astro rey, que cuarteaba las pieles y agrietaba los labios casi tanto como la sal del agua que los rodeaba. La fortaleza del hambre empezó a afectar a los supervivientes y se lanzaron ávidamente sobre los cadáveres. Algunos se resistieron, pero la necesidad se hizo mayor y la única forma de prolongar la existencia dándole una oportunidad a la esperanza, pasaba por alimentarse. Aunque fuera de una manera deplorable. El espectáculo de la precaria balsa era dantesco. Una escena discordante que decoraría el salón más fastuoso del infierno. El teatro de una realidad amarga que ensombrecería la razón del hombre más cuerdo y enaltecería la locura de la mente más morbosa y sádica. La monstruosidad más humana.


Fue entonces cuando alguien lo divisó. Era algo. Algo en el horizonte. Algo distinto. Pero daba igual. Cualquier cosa distinta en el horizonte, diferente a la línea que dividía el cielo del mar, era buena. Luego una voz emergió con fuerza entre los pocos hombres que quedaban y se arremolinaban intentando perfilar con nitidez el punto lejano. Era la punta de un mástil. Una mezcla de sensaciones y sentimientos se apoderó de la balsa y los hombres que quedaban en ella. Afloraron energías renovadas impulsadas por la ilusión y el último destello que la esperanza les hacía para continuar con vida. Alegría mezclada con miedo. Miedo y terror que ensombrecían la última oportunidad del destino, pues estaban muy lejos y los cascotes que quedaban por balsa, apenas sobresalían por encima del agua. Apilaron las pocas barricas y cajas que quedaban y se apoyaron sobre ellas. En lo más alto se colocó el náufrago superviviente de raza negra Jean-Charles, el único náufrago del pueblo que quedaba entre los catorce. El resto eran oficiales, científicos o secretarios. Pero nada de eso importaba ya. Todos eran iguales ante el hambre, la sed y el miedo. Todos eran iguales ante la muerte.



El revuelo y los nervios se mezclaban con la alegría y la angustia. La esperanza crecía y se topaba de bruces con el miedo. Toda la embarcación era un ramillete inquieto de sentimientos y emociones. Todos los supervivientes trataban de mantenerse con vida un poco más. Todos trataban de hacerse ver. Todos menos uno. Aquél hombre miraba en dirección contraria. Su vista perdida en un destino incontrolable y en el castigo sufrido. Perdido a la deriva, se dejaba llevar por la desazón y la resignación. Ya nada importaba. Nada tenía sentido. La vida se había convertido en un viaje impulsado por las cadenas de la supervivencia. El tiempo castigaba los sueños y los flagelaba con las tiras de cuero de la desesperación. Poco quedaba de aquellas ilusiones que brillaban en el horizonte, que aparecían como una estrella de esperanza en la línea divisoria de la incertidumbre. Quizás el tiempo se había parado y naufragaba por el purgatorio de la soledad. Sin rumbo. El aire soplaba con fuerza en dirección contraria y movía los hilos del abatimiento. Las nubes se arremolinaban y la penumbra se cerraba en la oscuridad de la desolación. Las aguas se crispaban y la balsa de la duda temblaba ante un futuro incierto. Pronto llovería y, tal vez, acabaría aquel infierno entre los abrazos mortales del mar. Devorado por la crudeza implacable de la languidez y el desfallecimiento del destino, que terminaría por hacerlo desaparecer de la existencia. Quizás ya estaba muerto y no lo sabía. A su alrededor todo se movía y sus compañeros saltaban de un lado a otro. Pero él… él dudaba si todo aquello era verdad o una nueva mentira de aquel azar grotesco que se burlaba y mofaba de los hombres hacinados en un puñado de palos vaporosos. No sabía qué hacer. Al borde de la desconfianza y la incertidumbre, no sabía si mirar atrás y aferrarse a la esperanza del mástil que se dibujaba en el horizonte, o dejarse llevar por el abatimiento y el aire en contra. Agarrado a la muerte en una combinación de eterna duda entre la meditación de lo existencial y la enajenación perpetua. Oscilaba en la delgada y fina línea de su destino. ¿El final o seguir luchando?


Tres años después, en 1819, un joven pintor exponía su obra en el Salón Oficial de París. La exposición no sólo tenía una función artística, sino también política. Mediante una presentación especialmente brillante, los Borbones, que habían recuperado el trono en 1814, querían demostrar la estabilidad y la prosperidad de la nación bajo el soberano legítimo. Casi todos los artistas del Salón, rendían homenaje al régimen y a la Iglesia, unida estrechamente a él. De los cuadros históricos de gran formato, que siempre ocupaban el centro del Salón, dos tercios mostraban escenas de la vida de los Santos y el resto celebraban a los monarcas franceses del pasado. Todos menos uno. Un joven pintor llamado Théodore Géricault, con apenas 27 años, el cual exponía una obra titulada “Escena de un naufragio”. No adulaba ni al trono ni al altar, no contribuía a ‘la gloria de la nación’. Todo lo contrario. Recordaba una catástrofe y un escándalo todavía vivos en la memoria de todos. Un episodio trágico que el nuevo régimen hubiera preferido olvidar. El cuadro era una provocación. Un patético símbolo del sufrimiento humano.



Pocos fueron los que alabaron la obra de Géricault. Tenía una dosis macabra de realismo, en el que la pincelada extraordinariamente enérgica acentúa la sensación de arremolinamiento y garantiza la emoción. Había creado un cuadro de marina diferente. La composición piramidal era patente. Quizás el objetivo de Géricault no era del todo el realismo, sino una monumentalidad elaborada artísticamente. Se podía apreciar el profundo estudio anatómico, aunque había omitido las señales de putrefacción de los cadáveres y los cuerpos esqueléticos de los náufragos. Todos estaban bien afeitados y peinados. Pero fueron muy pocos los que se detuvieron en el Salón a ver aquella obra. Entre ellos se hablaba de un hombre que había permanecido más de dos horas frente al cuadro. Un hombre diferente. Taciturno y solitario, pero con un brillo inusitado en su mirada. La gente que pudo verlo decía que era un lunático modernista. Un amante de las nuevas pinturas. Otros dijeron que se trataba de un sádico que disfrutaba con aquella imagen grotesca del género humano. Y muchos fueron los que vieron en su rostro los ojos de un demente. Pero la gente no se daba cuenta. Nadie le preguntó. Nadie le habló. Todo el mundo pensó que era un loco, pero nadie se dio cuenta que era el más cuerdo del salón. Nadie se dio cuenta que había probado el agua salada de aquel lienzo. El hambre más perversa del mundo. La oscuridad más aciaga del infierno. El terror más angustioso de la vida. La supervivencia. La esperanza. Aquel hombre que dudaba entre abrazar a la muerte o seguir luchando.



El barco llegó y los rescató. Finalmente creyó en la esperanza y no se rindió. A veces, cuando la vida parece que nos paga con la moneda más negra del destino, nos reserva un barco en el horizonte para rescatarnos de la deriva. Una mota de polvo insinuada. Un pequeño haz luminoso que se filtra por los resquicios más diminutos. Nada más. Pero el rayo de luz destilado más insignificante, se puede convertir en el sol que ilumine nuestro camino. La pequeña llama de una vela a medio consumir, puede transformarse en el mayor fuego que nos caliente. El espectador de aquella obra suspiró. Sonrió y una lágrima le recorrió la mejilla. Nadie lo reconoció. Abandonó el Salón cruzando un mar de rumores y miradas indiscretas, pero poco le importó. Se sintió más despierto. Más loco. Más alegre. Más triste. Más nervioso. Más calmado. Podía sentir todo aquello. Se sintió más vivo que nunca.

Para mi amigo Carlos, gran luchador, eterno superviviente...

lunes, 26 de enero de 2009

Locura

La locura es un estado, o quizás una sensación. Un sabor extraño en el paladar de la razón que afecta a los sentidos externos invadiendo el subconsciente de los internos. No todas las locuras son iguales. Como norma general, y aplicando el significado de un diccionario cualquiera, podríamos decir que la locura tiene relación directa con la privación del juicio o del uso de la razón. Pero… ¿es siempre necesaria el uso de la razón?, ¿qué ocurre cuando una situación requiere la privación del juicio?. Supongo que nadie se ha planteado esta cuestión. Y si se la ha planteado, probablemente ahora mismo sea preso de la locura. Quizás Vincent no estaba loco, sencillamente le hicieron pensar eso. Solo se lo creyó. La locura es un estado emocional al que se puede llegar por medios colaterales. Seguramente si un médico, psiquiatra o psicólogo lee esto, pensará que mi reflexión no se apoya en una base científica y que no llevo razón, y no estaría equivocado, pues no soy ninguna de las tres cosas.

Dicen que cuando la locura te atrapa entras en un mundo diferente. Es como si la realidad se derritiera, pero no llega a ser Surrealismo. Tal vez la locura te atrapa. Arremete contra ti y te hace suyo en un mundo lleno de sinrazón. Un mundo que ha perdido el juicio. Un mundo de locos donde, estar cuerdo, es una locura. Entonces, sólo entonces, te sientes perdido. Como si fueras el náufrago de una tabla flotante en las aguas de algo desconocido. No sabes dónde estás. No sabes quién eres. Te confunden con personajes famosos o crees ser uno de ellos. Cuando llega este momento ves las cosas más claras. Ya no comprendes la realidad porque eres parte de ella. La realidad es una locura y tú perteneces a su entramado. Ese es el momento de ingresar en el Fletcher Memorial Home.

¿Qué es lo que podemos encontrar en dicho lugar?, ya lo dijeron ellos. "Damas caballeros, por favor, den la bienvenida a Reagan y Haig, al señor Begin y amigos. A la señora Thatcher y Paisley, al señor Brezhnev y compañía. Al fantasma de McCarthy y a las memorias de Nixon. Y ahora, para añadir color, un grupo de anónimos magnates. Latinoamericanos de las conservas cárnicas". Sí amigos. Ya hemos entrado en el Fletcher Memorial Home. El lugar donde se honra la memoria selectiva de los grandes gobernadores de la locura. La forma de protesta después de la victoria del Reino Unido en la Guerra de las Malvinas. ¿Y no se sigue viviendo esta locura?, cambien los nombres mis queridos amigos. Sólo adáptenlos al presente. La locura no se ha extinguido, sigue siendo patrimonio del ser humano racional. Para estar loco, sólo hay que perder la razón. O no. “¿Esperaban que les tratásemos con algo de respeto?”. Ellos lo estaban anunciando, “Un rinconcito que sea sólo suyo. El Hogar Conmemorativo Fletcher para tiranos y reyes incurables”. ¿Y qué es la locura? Tan sólo un estado en el que el ser humano desconecta de la realidad para, quizás, pertenecer a ella. Cuando esto ocurra. Ya sabéis dónde tenéis que ir. Allí el fluido rosa convivirá con la razón más clara y nítida. La que otorga la locura.

“¿Está todo el mundo dentro? ¿Lo estáis pasando bien? Ahora puede ser aplicada la solución final”

The Fletcher Memorial Home - Pink Floyd

Take all your overgrown infants away somewhere
And build them a home
A little place of their own
The Fletcher Memorial Home for incurable tyrants and kings

And they can appear to themselves every day
On closed circuit T.V.
To make sure they're still real
It's the only connection they feel

"Ladies and gentlemen,
please welcome Reagan and Haig,
Mr. Begin and friends
Mrs. Thatcher and Paisley,
Mr. Brezhnev and party
The ghost of McCarthy
The memories of Nixon
And now adding colour
A group of anonymous
Latin-american meat packing glitterati"

Did they expect us to treat them with any respect?
They can polish their medals and sharpen their smiles,
And amuse themselves playing games for a while
Boom boom, bang bang, lie down you're dead

Safe in the permanent gaze of a gold glass eye
With their favorites toys
They'll be good girls and boys
In the Fletcher Memorial Home
for colonial wasters of life and limb

Is everyone in?
Are you having a nice time?
Now the final solution can be applied



Llevad a todos vuestros grandullones niños a algún lugar lejano
Y construidles un hogar
Un rinconcito que sea sólo suyo
El Hogar Conmemorativo Fletcher para tiranos y reyes incurables

Allí ellos podrán aparecer ante sí mismos cada día
En circuito cerrado de televisión
Para asegurarse de que todavía son reales
Es la única relación que sienten

"Damas caballeros, por favor,
den la bienvenida a Reagan y Haig,
al señor Begin y amigos
A la señora Thatcher y Paisley,
al señor Brezhnev y compañía
Al fantasma de McCarthy
Y a las memorias de Nixon
Y ahora, para añadir color,
un grupo de anónimos magnates
Latinoamericanos de las conservas cárnicas"

¿Esperaban que les tratásemos con algo de respeto?
Pueden sacar brillo a sus medallas y exagerar sus sonrisas
Y divertirse entre ellos haciendo juegos durante un tiempo
Bum bum, bang bang, cáete al suelo estás muerto

A salvo bajo la permanente mirada de un frío ojo de cristal
Sus juguetes favoritos
Serán buenas chicas y buenos chicos
En el Hogar Conmemorativo Fletcher para
Colonizadores derrochadores de vidas y cuerpos

¿Está todo el mundo dentro?
¿Lo estáis pasando bien?
Ahora puede ser aplicada la solución final.

miércoles, 21 de enero de 2009

La coleccionista

Había buscado a lo largo de tanto tiempo que ahora nada tenía sentido. Todo su afán era siempre el mismo, buscar primero para luego descubrir, recopilar, obtener, ampliar y catalogar. Una etiqueta que catalogara y despidiera la última adquisición y quedara relegada a un rincón de la memoria olvidada. Casi siempre era fugaz y efímero, en ocasiones duraba algo más, pero todo acababa rápidamente. Antes de que se diera cuenta del último logro obtenido, empalmaba con el siguiente. Sencillamente era un fetiche modal y sentimental que empezaba a convertirse en una mácula parduzca en su corazón. Fue quizás entonces, embarcada en una espiral sin freno, cuando todo cambió radicalmente. Lástima que no se diera cuenta. No es más ciego el que no ve, sino el que no quiere ver. Y pasó casi desapercibido ante sus ojos. Sólo fue una adquisición más para su colección. Un juguete carnal con el que desatar sus fantasías sexuales y su desbocada pasión. El tiempo la abofetearía sin piedad al darse cuenta, pero ya era tarde. Un tren perdido en el túnel oscuro y ponzoñoso del destino escrito, pero emborronado en torpes trazas de rectificación. Y ahora… ahora esperaba. Su perfume danzando en el aire a su alrededor mientras el silencio tejía la banda sonora de su soledad.



Edward Hopper
- Hotel Window (Ventana de Hotel)

Alguien nuevo para su colección. Otra vez estrenar pasiones y sensaciones. Respirar sentimientos y acariciar miradas. Volver a perderse entre besos desconocidos y abrazos de ternura fingida. Una vez más, se levantaba el telón de aquel teatro en el que se había convertido su vida. Desde aquella vez ya no fue lo mismo. Ya no sentía esas cosquillas en el estómago ante una nueva adquisición. No se dejaba perder en la vorágine de su deseo apasionado. Sencillamente bebía sorbos de olvido con cada conquista. Todo era diferente. Algo había ocurrido aquella vez. Y no se dio cuenta en el momento y ahora era tarde. Miraba a través de la ventana de sus recuerdos. Tal vez en aquella ocasión no fue uno más para su colección. No debería haber buscado más. No tenía que buscar más. Era con él con quien quería dejar de buscar. Estaba cansada… tan cansada que le pesaba el corazón. Pero él ya no volvería porque ella se encargó de empaquetarlo y guardarlo en su colección. La coleccionista de amantes, aquella mujer capaz de tener a quien quisiera, se marchitaba en la soledad de su propia vida.

Ahora esperaba. Alguien nuevo. Otra vez. Pero en lo más profundo de su ser sabía que, aquél que jamás debió dejar escapar, no volvería. Y se sintió sola. Más sola que nunca. Y rodeada de un eterno mutismo. Ya no coleccionaba deseos carnales ni besos apasionados, tan sólo soledad y silencio.

lunes, 12 de enero de 2009

Bando-Acertijo





Si vuesas mercedes han conseguido descifrar el mensaje icónico habrán podido comprobar mi actual estado: estoy más liado que la pata de un armao, no tengo mucho tiempo para actualizar y visitar los blogs, pero me acuerdo de todos y cada uno de vosotros, y claro está, volveré.

Sólo necesito un tiempo para ordenar los papeles que tengo encima de la mesa.

Un abrazo muy fuerte a todos

jueves, 1 de enero de 2009

Donde Todo Empieza

Hoy es jueves. Aparentemente nada ha cambiado. Tan solo un par de dígitos que, cuando coinciden en una alineación exacta, se convierte en una fiesta. Pero realmente, poco se ha modificado desde ayer. Ha cambiado una fachada. El tratamiento de un lienzo que parece se acababa para dar paso a otro cuadro, aunque realmente, sigue siendo el mismo. Sin embargo hoy es diferente. Y no por el cambio de dígitos. Esta vez es diferente y tomo asiento. Siempre me quedo de pie, mirándote fijamente y perdido en nuestro diálogo silente. Llego y me arrimo a la zona izquierda. Pegadito a la piedra de la pared, justo antes de que cambie su perfil, entre el confesionario y el primer asiento correspondiente al tramo curvado. Ahí es donde suelo quedarme para verte. De pie. En silencio. Pero en esta ocasión es diferente. En varios pasos me encajé en la plaza. Giré en Eslava y aminoré mi marcha. Cruzando su corazón, me degustaba con la primera visita del año. ¿Qué había cambiado?, todo seguía allí. Allí estaba don Juan, allí estaba la parrilla, y allí estaba tu puerta. Me acordé de las palabras de Ramón Martín Cartaya, “preguntad por San Lorenzo, y nadie dirá que fue el primer diácono de Roma, porque San Lorenzo es para el sevillano cadencia de madrugada con el andar único del Gran Poder y despedida triste con la entrada de la Soledad”. Sonreí y me adentré en tu casa. Cuando el año empieza no sólo el dígito final cambia o el nombre del mes. Puede que estos detalles tan sólo sean la pincelada visible de un teatro de sueños, que no es otra cosa que la vida. Esa misma vida que sigue dentro de unos cánones inamovibles y que realmente no cambia. El tiempo sigue pasando igual que ayer, sigue cayendo la misma arena y siguen avanzando las agujas del reloj. Al fin y al cabo, hoy es jueves, la semana no se ha reseteado y nosotros seguimos adelante. Todo continúa y nada se para. Pero si hay algo que nos dice que ha cambiado el año, si hay algo que nos dice que hoy no es tan sólo un dígito diferente, si hay algo que nos dice que el pistoletazo de salida a una nueva etapa comienza hoy, ese algo, Señor, está en Tu Mirada.


Por eso hoy es diferente y me siento para verte. Para perderme en Tu Mirada que es el Alfa que nace del Omega de ayer. La solución del problema y el significado de lo más incomprensible. Tus ojos de Cisquero de la carbonería que es esta vida nuestra. Hoy me siento, Señor, porque necesito verte para darte las gracias. Porque un año más, puedo volver a perderme entre el bosque de cirios de tu Quinario. Porque un año más, Señor, me siento junto a ti para alumbrarme con Tu Luz y acariciar con el brillo de mis ojos Tus Manos. Esas manos que, como dijo Antonio Burgos, “mueven el mundo”:

La gente besa sus manos,
de oro un cordón las amarra,
manos que mueven el mundo,
manos que templan y paran
el dolor, los grandes males,
apuros y malas rachas,
las mentiras que se quedan
y las verdades que pasan.


Y ahora no puedo hacer otra cosa que darte las gracias Señor, porque cuando suba a besarte tu talón, después de mandarle un beso a Tu Bendita Madre, acariciaré tu cruz, la que llevas por todos nosotros, y volveré a buscarla. Y entonces se parará el tiempo. Será entonces cuando deje de caer la arena de Cronos. Sólo entonces las agujas del reloj se congelarán. Desaparecerá el ruido y todo lo que nos rodea. Solos Tú y yo. Para darte las gracias. Y volveré a buscar Tu Mirada. Volveré a buscarla porque es en ella, Señor, y en ningún otro sitio, donde Todo Empieza.


Y luego, cuando el tiempo vuelva a correr y los segundos salten la valla de los minutos de nuevo, bajaré los peldaños de la Gloria. Saludaré a la Reina de San Gil que tan cerquita está de Ti y volveré hasta la puerta. Será allí donde me giraré, donde volveré a verte. A contemplarte desde la lejanía para santiguarme y sonreírte. Saldré fuera y el día me acariciará de nuevo el rostro. Y las palabras de Carlos Colón bailarán en mi cabeza: “Ya se puede decir el nombre que no se podía nombrar. Ya se ha desvelado la esencia que no se podía mirar. Ya camina entre los hombres Dios hecho hombre. A ese estar de Dios entre los hombres, a ese encarnarse urgido por la ternura que le mana de las entrañas, en Sevilla se le reconoce como el Gran Poder de Dios”. Me cruzaré con don Juan, siempre alerta ante tu puerta y morando en el centro de la plaza. “Ya camina entre los hombres Dios hecho hombre”. Sonreiré y casi se podrá vislumbrar un atisbo de orgullo en la cara del escultor. O de sorpresa, porque aún no se cree el discípulo de Montañés que creó a Dios. Dios hecho hombre. Por eso está ahí. Para comprobarlo cada año cuando la noche se hace eterna en Sevilla. En San Lorenzo. Donde se puede ver a Dios caminar. Donde Todo Empieza.


“Y en San Lorenzo resplandecerán las entrañas de ternura del Dios de la ciudad” - Carlos Colón