Será como si nada hubiera existido hasta entonces. Será como si el tiempo se rompiera. Será como si los minutos rebosaran de la esfera del reloj y la arena trazara el camino que nos lleva de nuevo a nuestra infancia. Está escrito sobre las marcas de nuestra ciudad que cuarenta días marcarán la espera del tiempo añorado. Girará el mundo para que tenga sentido la vida en una semana, que vaticinarán cuarenta días y cuarenta noches. Sólo entonces volveremos a ser niños para envejecer en siete días ante el presagio de lo que va a ocurrir. Y Sevilla volverá a renacer de las entrañas de su propia razón de ser. En cuarenta días.
Pero, ¿son estos cuarenta días una espera? No. Sevilla no espera, Sevilla se prepara. Sevilla se transforma. Sevilla se viste de primavera y se queda prendida de una cuarentena que la fragmenta en sensaciones fundidas con el aroma del incienso que se presiente. Todo se presiente. Es la espera de lo que ya ha llegado. La realidad se transforma porque no existe una coherencia y al reloj se le para la arena de su destino. No busquemos un razonamiento porque no existe. No busquemos una explicación porque ya está ocurriendo. Es la paradoja de esta Sevilla donde una espera puede ser tan dulce como el momento de la llegada. El tiempo sin tiempo que diría el poeta. Saboreamos la sensación de una dulce angustia por el lento pasar de los días, sin saber que la espera no existe, porque Sevilla ya ha dejado de esperar. Esta cuarentena es efímera y breve y se evaporará como la canela y el clavo del incienso, se rebajará como el cirio de la penitencia, en un abrir y cerrar de ojos tan certero como el que pende de la pared del Hospital de la Caridad. Cuarenta días no es una espera, es un suspiro de aquél niño interior que parte el reloj para vivir otra vida dentro de la vida misma, degustando cada momento la ansiada llegada de la primera visión de la Pasión. Cuando crecemos perdemos la dilatación de las horas, sin embargo en estos cuarenta días la arena del reloj se irá cuajando como el aceite de la cera. Las agujas del tiempo descansarán conforme avancen los días. La vida quedará prendida de un capullo de azahar, en el momento exacto de mezclarse la miel y el vino, en ese instante preciso en que nuestra infancia vuelve a surgir de nuestro interior. Los días pasarán cada vez más lentos y se congelarán. Será entonces cuando volvamos atrás y nuestra niñez se presente de nuevo ante nosotros. Volveremos a tener la capacidad de ilusionarnos y la experiencia será una ausencia sin recuerdo. Nos alcanzará de nuevo la virtud de la inocencia y nos enfrentaremos virginales al Domingo de Ramos, como si nunca hubiera ocurrido antes. Entonces aparecerá nuestra infancia cruzando la ciudad y volveremos a ser niños. Y el incienso brillará y los cirios derretirán el tiempo. Volveremos a ser niños y tendremos ante nosotros toda una vida que se consumirá en siete días, para luego volver a esperar.
“Es tan dulce esperarte y soñar tu llegada, que no quiero que llegues, quiero oírte llegar” – Francisco Morales Padrón
Y llegará. El tiempo se detendrá cuando la eclosión de la Gloria esté a punto de hacerse nombre. Cuando ya nada se presienta porque sea una realidad. Todo estallará cuando le den la cruz a la Victoria de la Paz y un río blanco nos anuncie que El Porvenir ya no es un barrio, sino la Semana Santa hecha realidad… entonces se extenderán las palmas y los olivos, aquéllos que serán la ceniza del mañana. Las cenizas del Miércoles del año que viene.
Son cuarenta días, pero… ¿qué son cuarenta días? Cuarenta días es un suspiro, cuarenta días es toda una vida, toda una vida para morir en una semana.
“Desde el seno eterno del tiempo –como los ríos yacentes en las entrañas de la tierra, que al mar despierta con su remota voz–, vuelven siempre redivivas estas horas embalsamadas de incienso y de rosas para la inmortalidad. Así guarda Sevilla en su seno el ‘tiempo suyo’, y el hombre la muerte dentro de sí mismo, igual que se esconde el hueso en la fruta apetecible –que escribió el lírico germano, de la innumerable, caudal agonía–.“ – Rafael Laffón
Imágenes del siempre increíble Canónigo Alberico