Queridísima mía:
Quería enseñarte tantas cosas, que ahora no sé por dónde empezar. Quería que contemplaras tantas maravillas, que se trastabillan los recuerdos con las sensaciones. Quería descubrirte los encantos más ocultos de nuestra ciudad y los secretos mejor guardados de los siete días más grandes que tiene Sevilla. Quería susurrarte al oído mientras la dulzura del azahar se despliega y el incienso invita al sabor de la miel y el vino. Tantas cosas quería enseñarte, queridísima mía, que me olvidé del tiempo. Tantas cosas quería contarte, que me olvidé de lo efímera y breve que a veces pueden llegar a ser las jornadas fragmentadas de la vida. Los momentos y ciclos que aparecen en nuestro camino. A veces se me olvida que cuando comienza a prender la mecha del pabilo, también empieza a rebajarse la candelería. Es el principio del fin. La arena del reloj cae de la misma forma que el incienso asciende al cielo. A bocanadas amplias. La Semana Santa es una parábola del tiempo. Vanitas barroca de lo que es y lo que fue. Toma forma en un exorno floral, un bulto de lona en el rincón de una iglesia o un nazareno de escayola policromada tras un escaparate. Llega y se va rápidamente. Y ahora que nuestros corazones están separados, ahora que no podré cogerte de la mano cuando me emocione, quizás sea el momento de escribirlo. Ahora que te echo de menos y no podré besarte mientras el tiempo arde y se derrite en lágrimas de cera, te escribo esta carta. Te garabateo mis sentimientos y todos aquellos detalles que me hubiera gusta enseñarte, antes de que la Gloria tome forma.
Y es que, quería enseñarte tantas cosas, que no sé por dónde empezar. Me pasa igual que a la primavera, que a veces no sabe cuándo llegar a Sevilla. Dicen que llega el veintiuno de marzo, pero no siempre es así. La primavera llega cuando la tibieza del aire acaricia sus calles. Cuando cambia el perfume del frío y el incienso huele a clavo y canela. Cuando de los naranjos brotan lágrimas blancas. Cuando el sol se acuesta más tarde. Cuando el azahar se abre y Sevilla se viste de flor. Cuando la ceniza de las palmas y olivos de años anteriores se hace cruz en la frente del que aún conserva la Fe. Cuando se escucha el racheo nocturno de ensayos de ilusión. Cuando la luz, esa luz que tan importante es para ti, cambia en nuestra ciudad y todo es más luminoso. Todo brilla más. Todo es más bello. Y es que no sé por dónde empezar, como la primavera.
Quería enseñarte tantas cosas, que ahora no sé por dónde empezar. Quería que contemplaras tantas maravillas, que se trastabillan los recuerdos con las sensaciones. Quería descubrirte los encantos más ocultos de nuestra ciudad y los secretos mejor guardados de los siete días más grandes que tiene Sevilla. Quería susurrarte al oído mientras la dulzura del azahar se despliega y el incienso invita al sabor de la miel y el vino. Tantas cosas quería enseñarte, queridísima mía, que me olvidé del tiempo. Tantas cosas quería contarte, que me olvidé de lo efímera y breve que a veces pueden llegar a ser las jornadas fragmentadas de la vida. Los momentos y ciclos que aparecen en nuestro camino. A veces se me olvida que cuando comienza a prender la mecha del pabilo, también empieza a rebajarse la candelería. Es el principio del fin. La arena del reloj cae de la misma forma que el incienso asciende al cielo. A bocanadas amplias. La Semana Santa es una parábola del tiempo. Vanitas barroca de lo que es y lo que fue. Toma forma en un exorno floral, un bulto de lona en el rincón de una iglesia o un nazareno de escayola policromada tras un escaparate. Llega y se va rápidamente. Y ahora que nuestros corazones están separados, ahora que no podré cogerte de la mano cuando me emocione, quizás sea el momento de escribirlo. Ahora que te echo de menos y no podré besarte mientras el tiempo arde y se derrite en lágrimas de cera, te escribo esta carta. Te garabateo mis sentimientos y todos aquellos detalles que me hubiera gusta enseñarte, antes de que la Gloria tome forma.
Y es que, quería enseñarte tantas cosas, que no sé por dónde empezar. Me pasa igual que a la primavera, que a veces no sabe cuándo llegar a Sevilla. Dicen que llega el veintiuno de marzo, pero no siempre es así. La primavera llega cuando la tibieza del aire acaricia sus calles. Cuando cambia el perfume del frío y el incienso huele a clavo y canela. Cuando de los naranjos brotan lágrimas blancas. Cuando el sol se acuesta más tarde. Cuando el azahar se abre y Sevilla se viste de flor. Cuando la ceniza de las palmas y olivos de años anteriores se hace cruz en la frente del que aún conserva la Fe. Cuando se escucha el racheo nocturno de ensayos de ilusión. Cuando la luz, esa luz que tan importante es para ti, cambia en nuestra ciudad y todo es más luminoso. Todo brilla más. Todo es más bello. Y es que no sé por dónde empezar, como la primavera.
Impresionante imagen gracias al gran Canónigo Alberico
Llega un momento, cuando la noche del Viernes de Dolores cae, en que las horas son testigo sin ecuánime de lo que está escrito, de aquello que va a ocurrir. Pero no, no te confundas querida mía, que no es todo igual. No es lo mismo. Todo es diferente desde el momento que se acabó el año pasado. Queda todo y nada de lo vivido. Todo pasa y todo queda. Recuerdos y olvidos en una misma balanza. Un diario memorístico que volverá a comenzar desde su primera página en blanco. Debe ser así. Es necesario volver a empezar, como si no hubiéramos visto nunca lo que va a desplegarse ante nuestros ojos, que no es otra cosa que la Gloria misma. Como si lo supiéramos pero sin haberlo visto antes. Un indicio innato. Una insinuación a lo que está por llegar. Te hubiera enseñado cómo tiembla el pulso cuando todo está dispuesto. Cuando se presiente lo que está por llegar. Es un bombeo continúo del momento esperado. Un pellizco eterno en la boca del estómago que se desata en un mar de lágrimas cuando, ya muerto el Viernes de Dolores y recién estrenado el Sábado Pasión, te hubiera llevado a donde Todo empieza. Para ver cómo desciende a la Tierra el Señor de Sevilla y Sus Manos se preparan para recibir la devoción de la ciudad. Es cuando empieza la cuenta atrás, no para el principio, sino para el final. Y me emocionaría, porque no puedo evitarlo. Y tú me preguntarías por qué. Y Él te respondería con el susurro de los besos de Sevilla sobre Sus Manos, preparadas para recibir la devoción de la ciudad. Y Ella te respondería con Su Mirada. Saldríamos de la Basílica y ya sería Sábado Pasión. Y te enseñaría el juego de brillos de esa noche. El guiño de la luna de Parasceve. Cómo se despereza un capullo de azahar en la plaza y el incienso se sospecha bajo las sábanas de la ciudad. Escucharíamos el silencio. Todo se presiente ya. Huele a cera y la plata está limpia. Túnicas colgadas y capirotes enfundados de antifaz. Es una quietud nerviosa y una calma excitante, como la que vaticina la rampla del Salvador. La ciudad no está dormida. Está expectante. Está esperando. Al día siguiente se hará la Semana Santa de Sevilla.
Todo será más luminoso. Quería enseñarte que esa mañana, cuando amanece, el sol brilla como nunca y refleja el color de la vida. Todo es como un sueño tremendamente real. La ilusión se puede tocar. Se puede sentir y formar parte de ella. Sin saber por qué, quieres reír, y a la vez quieres llorar. Sientes alegría desbocada. Quieres respirar. Sales a la calle y el ambiente te abraza sin tocarte. Palmas y olivos se conjugan con el sabor de la miel y el vino. Quieres aspirar profundamente y llenar de aire tus pulmones. Incienso y azahar. Todo se desarrolla bajo una luz luminosa y brillante. El cielo se convierte en una bóveda iridiscente y la tibieza del día te acaricia suavemente. Y casi sin darte cuenta, aparece el primer nazareno y todo es ya realidad. Es Domingo de Ramos, y quería enseñarte qué se siente. Quería mostrarte que todo tiene una simbología, un significado. Que el río blanco inmaculado que viene del barrio del Porvenir es La Paz. La primera en la calle. Y no puede ser de otra forma… La Paz. Cuando el sol dictara sentencia calorífica sobre Sevilla, te enseñaría que Zaqueo es un niño subido a una palmera del Salvador, y que lo antecede un ejército de cantera cofrade. Sonreiríamos al ver cómo los chiquillos se suben el antifaz, cómo el pequeño cofrade lleva vara con insignia en su carrito, o cómo la mayor ilusión del mundo está en los ojos de aquel niño que extiende su mano, minúscula, y nos ofrece un caramelo. Si hay una palabra que defina este día, esa es ilusión. Junto al Alcázar veríamos acercarse a la Virgen de los Dolores y Misericordia con la Giralda al fondo, para explicarte que San Juan va en ese lado porque antes salía con María Magdalena. Mientras los romanos se juegan la túnica del Cristo de las Penas en San Pablo, yo te diría que la Estrella tiene en su rostro ese suspiro ahogado del llanto de Triana. Disfrutaríamos más tarde con la Sagrada Cena y te mostraría que una marcha se puede palpar cuando la toca Tejera. En Doña María Coronel, mientras esperamos el diálogo silente entre María Magdalena y el Cristo de la Buena Muerte, te recordaría aquella tarde tan hermosa que pasamos en el convento de Santa Inés, cuando el tiempo se detuvo y pudimos escuchar a las monjitas rezar. Antes de que el cansancio te pudiera, dentro de la lógica de la primera vez, agarrados de la mano, veríamos cómo el Pelícano de Francisco Antonio Gijón se abre el pecho para dar de comer a sus crías. Por Amor. Y terminaríamos en San Juan de la Palma, para ver llegar el Silencio Blanco y la Virgen de la Amargura. ¿Te acuerdas? Aquella que vimos una vez y te dije que de las tres miradas que me podían, la Suya era una de ellas. Durante la espera, y ya envueltos en la oscuridad de la plaza, te recordaría lo bien que lo pasamos ese día. Te mostraría el silencio de Sevilla cuando llega el Desprecio de Herodes. Y me emocionaría cuando sonara Amargura y Su Mirada nos esquivara, mientras San Juan le señala el final del Domingo de Ramos. Candelería consumada y rebajada. Ya se le ve la cara a María. Te contaría, mientras te abrazo y emprendemos el camino de vuelta, que cuando entra La Amargura, se acaba un poco de Semana Santa.
Por eso ahora, mientras escribo esta carta, imagino un desfilar de días con sus destellos más increíbles. Los momentos que escojo para disfrutar al máximo. Aquellos secretos que me gustaría haber compartido contigo. Y te imagino a ti, con tu sonrisa y tu mirada brillante. Te hubiera enseñado cómo se entrega al Hijo del Hombre en San Pedro, cuando ya la noche ha caído y los ciriales aparecen por Sales y Ferré. Te contaría la historia del Ego Sum y porqué dos claveles rojos exornan el llamador de la Presentación ante Caifás. Te susurraría al oído, mientras el silencio suena a palio de cajón, que la Virgen de las Tristezas se llama Isabel, que los Dolores de una Virgen son nuestras Penas, en el preciso instante en que Pantión se hiciera música y el azahar perfumara el incienso de San Vicente. Y entonces veríamos juntos cómo un cuadro se puede hacer escultura. En el momento en que suena una campana destemplada, te hablaría de Ortega Bru, de cómo la sangre se transforma en rosa roja. Y cuando San Andrés se convierta en Santo Sepulcro, te contaré que su cabecera se parece a la de la Iglesia de Auvers, y aunque no la pintó Vincent, la Hermandad que reside en su interior es la de Santa Marta. Estoy seguro que se formaría en tu cara una sonrisa, quizás estés sonriendo en este momento, de la misma forma que se abre una flor de azahar. Bellísima dulzura de la elegancia sevillana. Sería ya Martes Santo y podría enseñarte que es un día cargado de emociones. De amor, cuando viéramos las madres del Cerro acompañando el terciopelo carmesí. De sutileza, viendo la delicada talla del Señor de la Salud. De recuerdos, al contemplar el Cristo de la Buena Muerte de los Estudiantes abandonar la Universidad por la puerta de Geografía e Historia. De recogimiento, cuando el Señor de Las Almas de Los Javieres –sí, la Hermandad de tu amigo Antoñito y mi amigo Manuel- pasa de vuelta por la calle Feria. De dulzura, ante la Virgen de la Bofetá y su bello Nombre. De milagros, cuando nuestros corazones se hubieran encogido en la calle San Esteban viendo entrar a la Virgen de los Desamparados, y tú me hubieras dicho “eso no cabe ahí”, y yo, ya con lágrimas en los ojos, te diría que sí, que es uno de los milagros de nuestra Semana Santa. Y así sería, perilla a perilla, ahogado el grito de dolor y el silencio roto por la devoción de los costaleros. Y el Señor de la Ventana lloraría, porque un año más se ha hecho posible lo imposible. Sería un día de alegría y emociones, y veríamos la cara de mi hermana cuando en la Calzá vuelven a Presentar a Jesús una vez más antes de recibir, ya crucificado, la Sangre de Cristo. Por fin entenderías porqué lloro cuando viene la Virgen de la Encarnación y sus costaleros rezan el Ave María. Quería descubrirte tantas cosas. El azul celeste de los ojos del barrio de Nervión, la belleza del palio de la Virgen de la Palma y explicarte que no es la del Cristo de Burgos, que esa es Madre de Dios de la Palma, la misma que mira al cielo en San Pedro. Enseñarte el palio gótico de la Virgen del Buen Fin, y volverte a explicar que pertenece a la Hermandad de la Lanzada, que la de la Hermandad del Buen Fin es de la Palma, y volver a empezar. Y seguro que te reirías y me dirías que es un lío, y yo me quedaría pensando que tengo mucha suerte de perderme en la luz de tu mirada. Y al final terminaríamos viendo cómo se prende a Jesús en Orfila y mientras pasan los nazarenos con cirios blancos (que son cirios no velas), te contaría porqué la candelería de la Virgen de Regla forma dos cruces en aspa.
¡Ay queridísima mía! Quería enseñarte tantas cosas, que no me caben todas en esta epístola de sentimiento, que ya de por sí está siendo larga. Y es que ahora viene el Jueves Santo. Y me hubiera encantado ver contigo el Cristo de la Fundación de Los Negritos y su palio de aires bizantinos, y quizás me hubieras recordado que fallé el estilo de la Catedral de Venecia en el Trivial. Disfrutar con la gran mole elegante de la Exaltación y la historia de sus caballos. Señalarte los rosarios que sustituyen los borlones de la bambalina de la Virgen de Montesión y relatarte porqué tiene recogido el manto en su cintura de esa forma tan peculiar. Veríamos salir a Pasión y cómo de la escultura de Martínez Montañés resbala una lágrima de bronce, y te volvería a contar, cuando la Virgen de la Merced se acercara, lo que te conté aquella tarde que entramos en el Salvador y nos sentamos ante Ella. ¿Te acuerdas?. Pero aún quedaría El Valle. Veríamos el primer paso y te diría que se le conoce como ‘de los espejitos’. Luego vendría el Nazareno. Recuerdo cómo te impactó el día que fuimos a la Anunciación. Pero yo esperaría a la Virgen del Valle, y luego te diría en voz baja que escucharas lo que dicen sus ojos verdes y vieras su marcha, la que lleva su nombre, esa de la que tantas veces te he hablado. La de Gómez Zarzuela. Nos tendríamos que ir pronto, porque antes de que muera el Jueves Santo, la Madrugá se hace eterna en Sevilla.
Y entonces me ayudarías a ponerme la túnica, junto a mis padres. Me esperaría en el sofá, extendida, como siempre. La cola caería a mi espalda y entre mi madre y tú la cogeríais mientras mi padre me ciñe el cinturón de esparto. Luego me pondría la medalla, la misma que te enseñé la primera vez que viniste a mi casa, y antes de partir, por el camino más corto, a la Basílica, me despediría de mis padres y mi hermana. Ellos me desearían Feliz Estación de Penitencia, con una sonrisa de orgullo que se repite cada año. Entonces te miraría, como si no te hubiera visto nunca antes. Te abrazaría y te daría un beso. Y los ojos me brillarían, porque no tendría que pedir nada más. Porque lo tendría todo. Y todo estaría escrito. Figura de negro ruán perfilándose en la claridad de la luna de Parasceve. Bajo el antifaz una sonrisa iluminaría mi camino. Voy a ver al Señor de Sevilla y Su Bendita Madre. Voy a acompañarlos. Esa noche, la más eterna de la ciudad, sería mi padre el que te contara los secretos. Y créeme, no habrías podido encontrar mejor cicerón. Como hizo conmigo cuando era pequeño, lo hubiera hecho contigo, contándote cada detalle oculto. Y no es sólo lo que cuenta, sino cómo lo cuenta. Te habría descrito cómo luce el bello exorno floral de María Santísima de la Concepción, y habrías descubierto que es azahar, y que nadie sabe de dónde viene. Que todos los años es un secreto. Te diría que la centuria de la Macarena no es romana, es sevillana y de la marca del gran Ojeda. Que aquí son armaos y no romanos. Te hubiera contado cómo llovió un año y la sentencia, entonces de papel, se deshizo siendo sustituida por un periódico. Y también te hubiera narrado porqué la Esperanza Macarena tiene las esmeraldas verdes en su pecho, y porqué a Su espalda, en la bambalina, se puede leer Estrella de la Mañana. Hubieras recordado a tu Cristo, ese que tanto te gusta y que está en la Catedral, al contemplar la efigie del Calvario. Y seguramente, porque lo conozco, mi padre te habría contado la historia de Soleá Dame la Mano y la Esperanza de Triana, justo después de que Jesús de las Tres Caídas hubiera pasado con su izquierdo por delante y recordaras una noche de noviembre. ¿No te acuerdas? Cuando lo vimos sólo en aquel paso sobre lirios morados y yo te abrazaba por la espalda. Más tarde hubieras visto los labios moraos del Señor de la Salud y la belleza oculta, y a veces olvidada, de la Virgen de las Angustias. Pero no sería hasta las 5:30 de la madrugá cuando podría contemplarte. Sólo entonces, un río negro de tinieblas trazaría su curso por Gravina, y sería allí dónde te vería y tú me verías. Porque mi madre me reconoce por mis manos, pero tú, queridísima mía, lo harías por mi mirada, pues no habría antifaz que impidiera reconocer a aquella persona que te ama. Y me sonreirías y yo lo haría tras el ruán negro. Luego llegaría el Señor y mi padre no te diría nada. Sobran las palabras. Una saeta cruzaría la noche y el aire helado que sentirías en tu espalda te erizaría los vellos. Antesala de una música trenzada en palio de cajón. Tampoco mi padre hablaría cuando llegara María Santísima del Mayor Dolor y Traspaso, porque sabe que yo ya te lo habría dicho todo. Porque sabe que yo te habría dicho ya que Su Mirada me puede, que Ella es especial. Cómo la primera vez que fuiste a la Basílica. ¿Recuerdas aquel día? Lo pasamos realmente bien, y lo terminamos allí. Nos sentamos en el primer banco y el silencio fue la mejor forma de hablar.
Quería enseñarte tantas cosas que está carta está siendo demasiado larga, y necesito un final. Solamente quería mostrarte que el Viernes Santo tiene una luz diferente. Una luz que hace que todo tenga un brillo distinto. Es como si el cielo tuviera un velo blanco, un filtro por el que no pasan los rayos en su totalidad. Como el día que fuimos a Itálica y nos sentamos en la colina para observar la ciudad desplegada a nuestros pies o la mañana que nos deleitamos con la vista que ofrecen las almenas de la Torre del Oro. Y quizás el amanecer de este día es el más tardío de todos. Me habrías preguntado qué monumento veríamos ese viernes, y yo te diría que uno de los más bellos. El Barroco en todas sus representaciones. Y a pesar de ser ese el estilo, te hubiera descrito cómo el Romanticismo de la Carretería se deshace en el barrio de los toneleros y la bella cruz de carey que tiene un Nazareno de la calle Castilla. Te habría recordado, al ver la Soledad de San Buenaventura, lo bonito que fue aquel día que entramos en su templo. Las tres cruces de Montserrat y la Verónica penitente, justo antes de que el sol se oculte por Triana. Cuando la cava retrocede en el tiempo y un filtro blanco y negro se extiende por sus arrabales y un Cachorro gitano se atreve a morir a la vuelta. Para entonces ya habríamos visto a Jesús en su tercera caída y aquél Cirineo que tanto te gustó. Sí te acuerdas… fue el día que fuimos a San Isidoro a ver la exposición de Roelas y estaba tras una vitrina de cristal. Ése es. Pero la noche sería de luto y te enseñaría la verdad del silencio de Sevilla. La verdad de un muñidor que tañe el presente con hilos del pasado, en el compás del Convento de la Paz, dónde el tiempo se detiene y te contaría porqué al Señor lo anteceden dieciocho ciriales. Todo se habría consumado y estaría escrito el final. Quedaría el epílogo. Tambor destemplado para los Servitas, que escucharíamos en la Plaza de Santa Isabel, donde mora un crucificado de Mesa que un día veríamos. La centuria romana (ahora no son armaos) del Santo Entierro, que a mi padre siempre ha gustado más. El paseo de la Muerte por la ciudad, derrotada, ante la presencia Divina del día siguiente. Y para poner el broche final, aquella virgencita pequeñita que te enseñé una tarde de invierno tras una reja de forja. La Soledad de San Lorenzo. Y sería curioso, porque te diría, mientras esperamos a que la luz de la plaza se apague y los cirios consuman los últimos suspiros de la Semana Santa, que allí, en San Lorenzo, Todo Empieza y Todo Acaba. Se cerrarían las puertas de la Pasión tras una lluvia de cera y al acercarnos a la puerta, entre un mar de gente que nos lleva, te contaría por qué tenemos que tocarla. El porqué de una Tristeza Necesaria. Al volver a casa, te susurraría al oído que no todo se ha acabado, que en la Trinidad, allí donde una vez intentamos ver las Sagradas Cárceles, queda lo más importante. Queda la Esperanza.
Quería enseñarte tantas cosas que esta epístola se ha convertido en un evangelio, en algo excesivo, pero hay cosas que sólo se pueden decir por carta. Seguramente estés sonriendo, porque siempre me has dicho que cuando hablo de la Semana Santa no tengo límite. Soy un jartible. Lo sé. Sigo siendo un soldado anacrónico versado en las vicisitudes de la vida. Tempus fugit para los Siete Días de la Pasión. Quizás leas esta misiva tumbada en la arena fina de una playa de Huelva. O puede que el sol te esté acariciando en el patio de tu casa. No pretendo nada. Caligrafía precisa y torpe, a la vez, de aquellas emociones que he sentido sin ni siquiera llegar a vivir el momento narrado. ¿Qué hacemos? In Ictu Oculi, que diría Valdés Leal. Todo fue en un abrir y cerrar de ojos, como esta Semana que se aproxima. Solamente quería escribir aquello que pudo haber sido o que, sin darnos cuenta, fue. La ilusión es un destello efímero de los deseos de una persona. A veces se cumple, y otras, tan sólo queda impreso en el boceto del alma. Lo cierto es que yo siempre fui un iluso. Una vez leí que sólo recordamos lo que nunca sucedió. Tal vez por eso recuerdo esta carta tan bien. Por eso cada instante lo he vivido y sentido estando a tu lado. Abrazándote, besándote y acariciándote. Me has dado esa oportunidad. Una vez escuché decir que el placer está tan cerca del dolor, que a veces se llora de alegría. Dentro de poco comenzará la Gloria, y sencillamente, me hubiera gustado enseñarte cómo Sevilla se viste de primavera y se perfuma con azahar e incienso. Como dijo don Antonio Núñez de Herrera “Sí, es verdad que hay este mundo. Pero ¿Quién lo hizo? ¿qué Dios provisional para estos siete días? Hay este mundo que dura una semana. Y otro, que rueda su discurso durante todo el año. Este mundo de la Semana Santa reluce en fiesta nueva para unos nuevos ojos”.
Así es esto. Así es la Pasión según Sevilla. Todo es más hermoso. Todo es más bello porque hay un final. Porque son siete días. Porque quedará un clavel negro, chamuscado, que habrá apagado los cirios rebajados de la candelería más hermosa que ilumina la ciudad. Sólo quería que lo supieras. No podré estar a tu lado para contarte todas estas cosas, pero si quieres encontrarme, ya sabes dónde estoy.
Tu soldado de retaguardia.
27 comentarios:
Soy consciente de la extremada extensión de esta entrada, pero hace mucho que no escribo y, tal vez, se me ha acumulado demasiadas cosas en un sólo texto. Eso o que hay cosas que sólo se pueden decir en una carta, por muy larga que sea.
Gracias a todos por estar siempre ahí y no dejar que este humilde puesto del agua se quede sólo, por mucho que el reloj de arena quiera comerse mi tiempo.
Un fortísimo abrazo de vuestro siempre aguaó.
....no tengo palabras para comentar lo que acabo de leer, sólo una sensación que no puedo dejar de paladear. Gracias y que Dios te bendiga.
...me has tenido leyendo esta carta conteniendo la respiración. Que cosas mas bella querido "Ramses". La mejor descripción de la Semana Santa, gracias por regalarnos estos momentos.
Casí ni me daba cuenta de que sonaba "Virgen del Valle"...y eso es complicado.
Un fortísimo abrazo amigo.
Aguaó, es lo más bonito que has escrito desde que te conozco. Ha dictado tu corazón. Verdaderamente maravilloso, me has hecho llorar porque siento muchas cosas como mías.
Cuando dices que cuando entra la Amargura se acaba un poquito la Semana Santa, se me puso la piel de gallina, pero hay tanto sentimiento y tanta verdad en tus palabras que lo siento como mio.
Esta primavera, esta ciudad y estos días son los peores para sentirse como te sientes tú y como más de una que te lee.
Un abrazo.
Sólo puedo decirte que tengo la mano secando algo húmedo que cae por mis mejillas.
Menos mal que salgo ahora para San Bernardo.
Magnífica y emocionante epístola, querido aguaó, espero que con vocación de epílogo.
Alguien capaz de arañarse el alma entre aromas de incienso y azahar hecho verbo, nunca debiera conformarse con ser soldado de retaguardia.
Un fuerte abrazo
genial amigo, genial. Un abrazo
¿"extremada extensión", querido Ramsés? El único error de esta entrada es no haber advertido, con carácter previo a su lectura, que la emoción al leerla puede ser difícil de sostener.
Así, y no de otra manera, ni con polémicas, entiendo la Semana Santa. Deslumbrante, apasionante carta. Colmada de imágenes, de olores, de golpes con el llamador del corazón. Imprescindibles palabras. Genialidad escrita y derramada. Qué forma tan grande de escribir, sólo puede salir de un tío grande.
Un abrazo fuerte, el más fuerte y sincero posible.
Naturalmente, ayer cuando te vi no había leído nada. Te hubiera dicho cuatro cosas...
Eres muy grande. Más tarde te comento. Ahora no puedo.
Antonio
Desde la distancia mi corazón a latido diferente,he bajado del balcón desde donde todos creen es mejor estar,desde la acera las imagenes toman forma,siento que estoy agazapada,al lado de la persona a quien envías la carta,leyéndola por encima de su hombro.
Una carta que se le hace corta,una carta que ha merecido ser leída,una carta para leer varias veces,casi hasta desgastarla.
Hermosa entrada,un perfil real de lo que es la Semana Santa cuando es vivida,sentida y amada.
Querido Aguaó,
Abrir tu carta y recibir el olor de la cera y del incienso ha sido uno, y recordar que otro año más estaré lejos ha llenado de tristeza mi alma.
Habrá alguien que me describa como has hecho en esta carta lo que estará viento, entonces, solo entonces, sabré cuánto amo esta ciudad y su vida.
Me has retratado, y sólo espero poder pasear por las calles llenas de sombras de pasos...
Un abrazo
Elena
Si, hay cosas que solo se pueden decir por carta; y como además el gremio de Correos te pilla cerca, sabrás que llegan… y a veces, cuando hay suerte, hasta tienen contestación… Y eso que cuándo era pequeña imaginaba que al echarlas al buzón iban por un túnel supterraneo que las llevaba a su destino, tipo la basura neumática o algo así…
En fin, que vaya paranoia te estoy soltando. Espero que sea como sea, pases una buena Semana Santa, pero tranquilo, que aún queda, y hay que venderle cara la espera al tiempo, que luego sabe a poco…
Kisses
P.S. A mi también me gustó siempre mas la Centuria del Santo Entierro, lo malo es que la última vez lo comenté en voz alta ante un “insigne macareno” y por lo visto se ofendió un poquito…
Querido aguaó como tu has dicho eres jartible tio jajajaja, madre mia cuando iba por el segundo fragmento y me ha dado por bajar hasta donde llegaba la carta se me ha encogío el corazón jajajaja, tu sabes que yo no soy mucho de leer pero he cogido fuerzas de donde no las tenía y lo he hecho.
Hacía tiempo que no entraba y te leía pero sabes que era un castigo que te puse, pero vamos que he leido por todos estos meses jajajaja.
Un abrazo querido aguaó y espero que sigas escribiendo como hasta ahora, pero no tan extenso.
Querido aguaó una vez más me calmas la sed con la maravillosa agua de tus cántaros inagotables, al principio me cuesta trabajo tragarla (por el nudo que me forma en la garganta) y sólo con verla correr me conformo, pero cuando por fin he bebido compruebo que tu agua es toda sensibilidad y ternura.
Aguaó descubrí tu blog y algunos más gracias a mi hijo, tu amigo DU, perdona mis torpe letras amontonadas. GRACIAS y que el Señor de Sevilla te bendiga.
Hermano me ha encantado la carta,pero no puedo pasar por alto la sensación que me ha dejado;Entiendo que sientas que algo te ha fallado y te sientas malherido,pero no puedo ni quiero dejar pasar esta oportunidad,para decirte que nada ni nadie puede derrumbar o hacer menos feliz,una cosa que te apasiona tanto como la semana santa.Yo te digo que si no has tenido suerte con lo q has deseado,es porque todavia hay algo mejor para ti,asi que animate y piensa que algún dia tendras a la persona que se desviva por ti y podrás contarle todas tus vivencias de esta semana santa.Sabes que me tienes cuando quieras,un abrazo te quiero
Genial, no hay palabras. Me lo voy a imprimir, paladear y releer.
Nunca es demasiado cuando lo que uno escribe lo disfruta.
Un saludo.
En estos años de amistad sincera, y vivencias mágicas no he logrado compartir contigo momento alguno de la Semana Sante. No ha sido por tu culpa, más bien por mi pereza.
Tras el aperitivo de esta tarde, me reafirmo, quiero compartir contigo uno de esos mágicos momentos que describes. Se que esta Semana Santa me la harás inolvidable, y sabes que para nosotros hay escrito un final feliz, no lo pierdas de vista.
Si te digo las veces que he entrado en tu blog para volver a leer y escuchar la entrada ni te lo crees :D
Pues este año tal día como hoy justo dentro de dos miércoles -si ese "Dios provisional" quiere- el palio gótico de mi Virgen del Buen Fin, de la Hermandad de La Lanzada, llegará con sus cirios rebajados tras haber iluminado la ciudad y los corazones de sus Hijos.
Desde las entrañas del seno toscano, os deseo una buena Semana Santa a todos.
Qué cerca me traen tus palabras la Semana SAnta'; el leerlas ha despertado todas las imágenes y sentimientos de esos días.
Como te dije el otro día, he leído y releído la entrada varias veces desde que la publicaste.
No sólo porque me ha fascinado, para variar, sino porque siempre intento desentrañar esos entresijos que se que se esconden detrás de cada línea de tus textos.
Desde entonces he estado esperando para comentarte y, sobre todo, qué comentarte que no te hayan dicho ya, pero veo que ya mi padre lo ha hecho por mi.
Un fuerte abrazo, que ya llega!
Ya me había advertido la gata. Muy grande de cabo a rabo, desde la melena hasta el rabo me lo he comido.
Fantástico. Usted es grande.
Por fin lo leí, casi no "puo sé".
Si fuera por como la describes hasta yo me apuntaría pero son tantas las cosas que me alejan, no obstante no puedo dejar de beberte en cada palabra.
Besos
¡Oh!
Que enorme paseo miarma, aunque esto de las cartas tu sabe, lo mismo llega mañana que en Mayo...
Un saludasso.
Muchísimas gracias a todos de corazón. A todos... a los que os gusta y a los que no. Gracias de verdad.
Un fortísimo abrazo.
enhorabuena por deleitarnos por el texto que mana de tu corazon como el reguero de sangre del costado de cualquier crucificado de sevilla,gran texto con sentimiento y cargado de emotividad,insisto enhorabuena,gente como tu son los que alumbra la llama viva de nuestra semana grande,un saludo cordial
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